jueves, 31 de diciembre de 2009

UN CANTO UNIVERSAL A LA SOLEDAD

“Hoy he estado solo sin ti
Mañana el día estará solo sin nosotros”
Jorge Ernesto Leiva

Desde siempre los seres humanos hemos sido víctimas del tiempo y sus enfermedades. El olvido y la muerte están a la orden del día. Pero también lo está la soledad, con su mirada soñadora y su sonrisa gris, presta a posarse en nuestro pecho cada vez que el tiempo nos arremete con sus giros inesperados.


Y yo me pregunto entonces ¿Quién sobre la faz de la tierra no ha sentido anidar en su esqueleto el letargo de la agridulce soledad? Esa enfermedad silenciosa que nos exilia en nuestras propias entrañas y nos invade con su nostalgia o con su agitada espera.

La respuesta es obvia… y lo es más aun, cuando topamos con obras literarias como Poesía de ausencia del recientemente fallecido poeta tolimense Jorge Ernesto Leiva, quien nos brinda a través de sus versos, una mirada profunda por los lugares más inhóspitos de nuestra aclamada y odiada soledad.

Este título compuesto por 14 poemas es uno de los apartes del libro Diario de invierno publicado en 1992. Dichos poemas representan un recorrido placentero y conmovedor por las distintas rutas del abandono y la ausencia que habitan potencialmente en todo ser humano.

En cada uno de ellos, el poeta sabe transmitirnos el vacío que deja a su paso el tiempo, bajo los rostros de las más diversas circunstancias. Sea la ausencia que palpita cada vez que abrazamos las cenizas de un pasado ya imposible como en aquel poema donde dice:

“Madre se que la casa está muy sola
Pero voy a golpear
Para que tú me abras
Qué más puedo hacer
Si aun tengo derecho a la fantasía”

La del hombre que adolece de compañía y entonces clama:

“Déjame levitar sobre tus olas
Y vivir en el letargo de tu brujería
Llenar tus sitios y tus fechas
La posibilidad del crepúsculo
Y la cita previa de las expectativas
Déjame
Vencer esta inútil paz improductiva”

O simplemente el ansia que nos invade cuando esperamos de vuelta a la vida cifrada en quien se ha marchado:
“Siguen pasando los días y los días
Abriendo sus ventanas de cielo
Y yo solo muy solo
Con un viejo recuerdo
Aspiro de nuevo el abrigo de palpitaciones infinitas
Quién supiera este dolor
Quién lo compartiera conmigo repartido en canciones
Cuelgo en un lucero
Mi sombrero de angustia
Y me voy sin olvidar la cita vesperal
Donde no la encuentro ni en la noche ni en el mar”

Como bien hemos podido observar en estos fragmentos, Leiva consigue por medio de un lenguaje fluido y libre de artificios pretensiosos, que cada una de sus palabras goce simultáneamente de la simpleza y la complejidad. Lo cual deja como consecuencia, una poesía rica en imágenes cotidianas sublimadas, que nos sumergen en la experiencia viva de la ausencia.

Por otro lado, es importante resaltar la capacidad del autor para abordar dicha temática desde una amplia variedad de posibilidades, que le permiten explorar a cualquier lector, los distintos matices de esta condición humana a la que estamos expuestos por parte del desamor y del tiempo.

Siendo así, estamos ante uno de los mejores poetas colombianos. Un poeta sabe esbozar de manera magistral un retrato desnudo de la soledad, en el cual se logran ver reflejadas todas las experiencias de los que alguna vez la hemos padecido, es por ello que podemos tener esta certeza: “poesía de ausencia” es sin lugar a dudas, un sentido canto universal a la soledad, que nadie debería pasar por alto.

Damian Guayara Garay

Ficha del libro:
LEIVA, Jorge Ernesto. Poesía de ausencia. En: Diario de invierno. Bogotá: Letra capital colección de poesía, Ediciones Tiempo Visible, 1992.

domingo, 27 de diciembre de 2009

LA OTRA INFAMIA

Quizá uno de los factores que más ha influenciado la literatura colombiana se encuentra enmarcado en las décadas de 1950 y 1960. Resulta evidente por la fecha saber que la violencia bipartidista potenció la creación estética, en especial en la narrativa, que permeada por el acontecimiento histórico, se abrió en infinidad de narraciones y de historias que se tejen alrededor de las crueldades y sin sabores de la guerra y la crisis del momento.

También conozco algunas de las historias que tuve que oír sobre esos tiempos de la boca de mi abuelo materno, quien lleno de tristeza y de recuerdos –que estoy seguro traía olores, imágenes de putrefacción y cuerpos desmembrados- contaba que por allá por esos años en Boyacá, en una de sus veredas, y siendo el un acérrimo liberal reconocido, había tenido que manejar las volquetas del liberalismo, y no porque estuvieran llenas de tierras de progreso, sino porque estaban atestadas de cuerpos de conservadores muertos.

Estas historias son demasiado comunes en boca de muchos, pero escuchar que mi abuelo tenía un pasado deshonroso y comprometido con lo que somos hoy, marcaba para mis oídos algo que hasta ahora me había atrevido a contar. Precisamente leyendo un compendio de cuento que promocionó la alcaldía de Ibagué para que los niños y niñas escolarizados se acerquen a la literatura me encontré con un cuento de un escritor tolimense que refiere una anécdota similar.

José Alejandro Pinzón Ríos es el escritor que aparece en dicha antología con un cuento titulado La otra Infamia. Es licenciado en ciencias Sociales y Especialista en Filosofía, razón que me da a entender el por qué, después de tantos años, la violencia bipartidista continúa siendo objeto de escritura.

El cuento como tal está inspirado en la historia de un joven de la ciudad de Alvergué (cosa que parece ser la intención del autor por incluir tanto a su natal Alvarado con la ciudad que lo vio crecer y en la que suceden los acontecimientos) que después de muchos años de escuchar la misma historia sobre un hombre que se sienta en una fuente a recordar la misma agua en la que le tocaba desaparecer a los muertos en viajados de volqueta, decide comprobar qué tan cierto es y para ello se acerca al hombre mismo, quien por motivos de la narración no recuerda casi nada más allá de lo que el joven ya conoce, pero que lo remite a otros personajes que contribuyen a la generación de sentidos y la estructuración del argumento de la historia.

Es interesante el argumento y la forma de presentación de los hechos y acontecimientos del cuento, pues a medida que se avanza se configura la historia y la voz del primer personaje, es más, se configura como personaje, pues ya en el inicio eran tantos los vacíos para el lector que apenas se logra mostrarse como un personaje plano, para desencadenar en un personaje redondo y perfectamente concebido.

La presentación por partes se sustenta precisamente en lo fragmentario y disoluto que es el pasado colombiano de esas décadas. Mucho se habla y se historiografía sobre ello, pero hacer de un acontecimiento más de esa historia algo que se enrede con lo filosófico y con los ciclos repetitivos de los estoicos es realmente interesante y digno de ser reseñado.

Reconocer en el hombre de la fuente a un pensador, y en el joven personaje de Alvergué a un filosofo que deduce magistralmente toda una interpretación acerca de lo que cuenta a medio labio el viejo, y que se detiene para analizar las ondas producidas por las gotas de agua al caer en la fuente.

Llevar por medio de un juego discursivo bien logrado, a la conclusión de que las ondas de la fuente son las mismas ondas que se llevan uno a uno, como gotas, a los muertos del río y de la patria, con lo que se mete en la tensión la frase de Van Gogh que sirve de epígrafe: La vida es probablemente redonda.

Con sobriedad incorregible, o una versión curtida por la costumbre de contarla, aquel hombre me refirió, de entrada, que en la época bipartidista de los años cincuenta del siglo veinte, los muertos eran arrojados al río, y que formaban ondas semejantes a las que él mismo había provocado en las piletas del parque Centenario del antiguo Alvergué cuando de niño les lanzaba piedras.

En este cuento, podemos reconocer que la historia del bipartidismo en Colombia está cargada de innumerables anécdotas que tarde o temprano comprometen a la nuestra, y que es imposible no reconocer que nuestra historia se teje alrededor de los hechos históricos que la han conformado, para bien o para mal, y para deducir que esta, nuestra historia, como en un ciclo de eternas repeticiones, y aludiendo a Borges, es la historia irreconocible de la otra infamia.

OMAR GONZÁLEZ

FICHA DEL LIBRO:
Alcaldía de Ibagué: En Ibagué está primero el placer de la lectura. Agustín Angarita (seleccionador de textos) edimpresos 2008, pag. 123.

jueves, 24 de diciembre de 2009

UN PAÍS QUE SUEÑA DE AURELIO ARTURO

Tan misteriosa como la calidad lírica de Aurelio Arturo, es la llegada de este libro a mis manos. No recuerdo ahora de qué biblioteca de amigo lo rescaté, o quien, en un entrañable gesto, me lo regaló para que lo disfrutara. Lo he releído con un poco de esa inquietud que despiertan viejos buenos libros, que queremos redescubrir bajo el lente de las sensaciones actuales.

La edición es también extraña y creo ya descontinuada: pertenece a los Cuadernos de poesía del Instituto Colombiano de Cultura, y la versión que tengo la pueblan unas hojas amarillentas y en ocasiones mal cortadas. Preparada por Santiago Mutis Durán, esta edición cuenta con diez poemas y un prólogo alejado de terminologías académicas, como los que solía hacer el también poeta colombiano Fernando Charry Lara.

No quiero insistir en algunas de las valoraciones realizadas a la obra de Aurelio Arturo, aunque es importante tenerlas en cuenta: poeta que canta a la naturaleza con una extraña armonía, que nos recuerda las hojas y el viento, los ríos y salidas del sol, de un país recóndito, de ese sur de Colombia del cual provenía. Poeta sobrio, de una musicalidad tan certera como el mismo sonido de la naturaleza sin tocar, y tan preciso en las imágenes que es difícil no percibir, con todos los sentidos, los mundos que construye desde la palabra.

Quisiera ensayar aquí otra lectura, a la luz de las coyunturas actuales: gran parte de los poemas de este libro nos reconcilian, especialmente a los colombianos, con esa atmósfera campesina de una virginidad excitante, ese lugar de selvas inhóspitas y de bosques laberínticos que, querámoslo o no, se ha convertido en ocasiones, en refugio de los grupos ilegales. Esas “tierras de nadie” como las llama la voz poética, han sido manchadas hoy por la sevicia y la indolencia. Qué diferente es la mirada de Aurelio Arturo cuando desde sus versos afirma:

Oíd el canto dulce de las tierras de nadie.
Tanta belleza es cierta, viva, sensual,
Sencilla,
No obstante, todo aquí habla de otras
Tierras más dulces,
Todo es aquí presencias y hablas de
Maravilla

Estas imágenes con las que inicia el libro, dan un nuevo y a la vez mítico matiz a esas zonas olvidadas de nuestra geografía, en las cuales se deteriora la vida de cientos de colombianos. Parece un país imaginario, lleno de la armonía de los cantos de las aves, del sonido de la lluvia sobre las ramas de los árboles, o del ulular del viento en espesos ramajes. Es un país como “una casa grande entre frescos ramos”, una nación llena de “ilusorios países de la nube” un territorio en el que “los ríos bajan del cielo”.

¿Un país imaginario? Sólo si lo vemos desde este presente lleno de confusiones y conflictos, sólo si los salpicamos con el veneno de las armas y la vileza de las promesas incumplidas. Es un país irreal para quienes lo esquilman, lo utilizan como refugio de sus bajas pasiones o para quienes se lo disputan, sin respetar su grandeza y su misterio.

El país que sueña Aurelio Arturo no tiene nada de vana fantasía. Las palabras con las que lo expresa en este libro, nos reconcilian con el mundo del campo, y nos devuelven un recuerdo o la sensación de que aun tenemos mucho por ganar: un mundo de hojas frescas, de una tranquilidad irrompible y de muchos olores agradables.


Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Aurelio Arturo. Un país que sueña. Bogotá: Colcultura, 1982.

sábado, 19 de diciembre de 2009

LOS RONDELES DE LEÓN DE GREIFF

Creo hallarle un sentido a una parte considerable de Tergiversaciones de Leo Legris, Matias Aldecoa y Gaspar, en momentos como estos cuando exploro diversidad de voces poéticas que en nada pueden referirse de una manera impactante a la cuestión de eso que algunos dieron en llamar “amor y desamor”.

Y es que cuando esta etapa de debilidad humana llega de una manera inesperada, las palabras se esconden dando paso a la incertidumbre. El ser humano busca el resguardo en algo o alguien. Unos se van por la bohemia, otros se hacen amigos de la música sensiblera y comercial en algunos casos, y otros en la poesía o en arte.

Bien lo leí de una amistad bogotana, hace unos meses: “nosotros los cachacos (“rolos” también), cuando nos pasa una pena de ese tipo, nos refugiamos en la poesía, y hasta intentamos escribir con amargura… Un costeño, en nuestro mismo caso, compone un vallenato y se tapa en plata.” Y es ahí donde uno se pregunta quién tiene más fuerza de universalidad lírica entre María Mercedes Carranza por ejemplo o, Diomedes Díaz. Indudablemente, la respuesta salta a la vista, aunque con fenómenos como los de comercialización, cualquier cosa puede suceder.

En estos avatares, retomo, se hace necesario el refugio. Aquí plantearía los versos de De Greiff. Se puede encontrar en ellos, una voz que habla a esa mujer renuente, utilizando la figura del
rondel, entendida como una “…composición musical escrita de ordinario para tres partes vocales; tuvo gran boga en la alta Edad Media, y solía formar parte de los milagros o representaciones litúrgicas.1” *.

En la propuesta del poeta colombiano, se guardan los componentes formales del rondel, en lo que respecta a la musicalidad, armonía y rima. Eso sí, evitando las cuestiones religiosas convencionales. Ante todo, son cantos melancólicos ofrecidos a esa mujer indeterminada, que el cantor trata vanamente de “endiosar”, fragmento tras fragmento.

Las 15 composiciones cortas de De Greiff recrean los innumerables pesares para con esa “Señora, Dama, dueña de mis votos” (Rondel II). Sus rondeles se direccionan a plantear la debilidad que corroe al poeta tras recordarla y de paso, validan el por qué es importante decirle por medio del lenguaje poético sus pensamientos más sublimes.
Encontramos en estos piezas: alusiones al ser femenino: “Tus manos inasibles, tus dedos ahusados, // y tus cabellos –¿piélagos ignotos?– // Cuándo veré tus ojos encantados, // y oiré tu voz de ritmos sosegados…!” (Rondel II); cantos a la desilusión, luego de sentir que todo vale nada: “Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue… // dejemos al amor y vamos con la pena, // y abracemos la vida con ansiedad serena, // y lloremos un poco por lo que tanto fue…” (Rondel IV); convicción absoluta sobre su sentir: “Cuando su gracia pura evoco // –entre mis farsas de un barroco // gusto, o mal gusto– loco y loco // yo nada quiero de la vida sino a mi dulce prometida // lejana! (Rondel XI);declaratoria a la mujer con la que nunca será feliz: “ No ves?... Se frustraron los sueños rientes… // Nuestro amor fue un mito de la fantasía… // (Si te ponen miedo mis ojos ausentes, // mis ojos noctámbulos, mis ojos dementes…!) /// Yo canto a una novia que no ha de ser mía” (Rondel XIII)

Este particular cuadro, refleja los rasgos de esa mujer. Tras su efigie, se esconden innumerables vestigios de un pasado, presente y futuro que ciñe el destino del yo poético. Este, ha sido un nimio ejemplo presentado de aquellos rondeles que pudieran ser el medio estético por el cual podría cantársele a la vida los pesares de un ser sumido en la mas infinita congoja, en espera, quizá, de una respuesta.


Juan Eliecer Carrillo

1. Neuman, Hans Federico. “Introducción a la música española del Renacimiento”. Publicación digital en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. Búsqueda realizada el 10 de diciembre de 2009.

*nota: algunas páginas no tienen editorial y año, estamos en proceso de incorporar esos datos.

lunes, 14 de diciembre de 2009

AL CALOR DEL TROPEL

“Aunque poco es el ropaje que me reviste cuando estoy frente a ti, voy a seguir despojándome de todas mis prendas. Así seguirás viendo las vergüenzas de las que me enorgullezco”.
Gabriel Bermúdez

Gracias a una compañera muy cercana, llegó a mis manos. Se trataba de un libro algo singular, pues poco – diría yo – se encuentra en las bibliotecas o dispuesto para la venta. De hecho, es muy difícil conseguirlo.


Creo que los pocos ejemplares existentes se encuentran en los anaqueles de quienes sentimos alguna simpatía por la historia del movimiento estudiantil o, en algún momento, nos involucramos en su turbulenta dinámica.

El texto al que me refiero se titula Al calor del tropel, del profesor universitario Carlos Medina Gallego. Desde su punto de vista “es una crónica novelada de la historia del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional en la década de los sesenta”. Sin embargo, e independiente de la denominación con la que el autor etiqueta su libro, este ofrece varias historias que se soportan y tejen un episodio histórico en la vida del sector.

Cada vez que leo y releo las vidas contenidas en su interior, me lleno de nostalgia. No precisamente porque me vea en algún personaje. Por el contrario, me remonta a ciertos acontecimientos propios de la vida universitaria y, en particular, del movimiento estudiantil, los cuales se repiten casi de forma cíclica e interminable: la fila en la cafetería; las reuniones, discusiones entre organizaciones y asambleas; la militancia política; las jornadas de carteles, murales y pintas; los mítines, marchas y tropeles…

Esta remembranza, inevitable por la lectura del texto, hace aparecer a Manuel, Omaira, el Negro, Antonio, el Mono, Ismael, Gloria y otros. Cada uno parece una historia aparte, pero poco a poco van relacionándose. Para ello, el autor divide el libro en tres: la primera parte se la dedica a la presentación – por así decirlo – de los personajes; en la segunda centra su atención en los problemas de cada uno, los cuales son a su vez los conflictos de todos (ya que son o están cercanos al activismo de aquel entonces); y la tercera parte se la consagra al desenlace de cada historia y, en general, a precisar la del movimiento estudiantil.

No puedo negar que junto a la aflicción trasmitida por el texto, el empleo de los recursos narrativos me llama bastante la atención. Estos le ofrecen dinamismo al relato por cuanto favorecen la simultaneidad de las historias; sobre todo porque controvierten la estructura secuencial de la crónica sin desnaturalizar su propósito. Además, privilegian descripciones certeras sobre situaciones tensionantes o eróticas y enriquecen el universo del texto con algunas figuras retóricas que le permiten al autor decir cosas comunes con otras palabras.

No obstante, y por encima de los sentimientos que me suscita el libro, debo destacar algunos lugares comunes en los que este sumerge, los cuales impregnan las historias de los personajes con simplicidades obvias o de expresiones propias del “mal gusto”, es decir reiterativas, con exceso de calificativos y que lindan con algunas manifestaciones algo burdas del lenguaje coloquial.

De igual forma, las vidas entregadas al activismo y la militancia política sin contradicción mayor, empantanan a la mayoría de los personajes con certezas y verdades absolutas. Por más definidos que parezcan, su valía – se supone – debe radicar en la capacidad de enfrentar las dicotomías propias de la existencia humana. En ocasiones se puede apreciar un ápice de esto y sólo en algunos de sus personajes, quienes en el marco de su actividad política tienen que enfrentarse, por ejemplo, al amor.

Estos detalles, aunque representen falencias para el texto, no le restan contundencia a la intención de Carlos Medina Gallego. Eso de partir de sucesos reales, al mejor estilo de un buen cronista, pero organizándolos de tal manera que no se ciñan estrictamente la estructura de una crónica, le otorga valía al libro. Fundamentalmente porque hay una experimentación a la hora de escribir un texto sujeto a los parámetros de la realidad, pero sin la pretensión de ser plenamente objetivo.

En este sentido, la etiqueta con la que Carlos Medina Gallego denominó su libro, se ajusta a la pretensión de no ubicarlo plenamente dentro del ámbito literario. Sin embargo, debo reconocerlo, no sé hasta qué punto valorarlo como una “crónica novelada”, en tanto dicha denominación – hasta el momento – carece de un fundamento sólido. Por el contrario, considero necesario ubicarlo dentro de la crónica literaria, mas cuando tiene el merito de ser un texto narrativo organizado de conformidad con sus lineamientos y apela a un tratamiento en la forma y el lenguaje que le otorga visos literarios.

Además, es justo decir que, independiente de las remembranzas provocadas en quienes transitamos por el camino del movimiento estudiantil, es un libro que merece lectura. Quizás porque presenta una propuesta novedosa, o de pronto para ser cuestionado o analizado, o tal vez para hacer un barrido por los nostálgicos lugares de la Universidad Nacional y acercarse, desde un punto de vista no oficial, a una parte de la historia de lo que aconteció en el seno de las universidades publicas.

Escrito por:
Gabriel Bermúdez

Ficha del libro:
Medina Gallego, Carlos. Al calor del Tropel. La U.N. Crónica de una década. Alquimia ediciones. Bogotá. 1992. 210 paginas.

jueves, 10 de diciembre de 2009

“UN ESTÚPIDO ROMPECABEZAS” QUE CAUTIVA

Siempre que abordamos una obra de arte, no sólo ponemos a prueba los sentidos, imaginación, experiencias e ideas, también ponemos en juego los criterios con los cuales se sustentan nuestros juicios personales de valor.

Para mí por ejemplo, no existe nada más valioso en una obra artística (de cualquier naturaleza) que su voluntad de estilo, es decir, esa búsqueda permanente de una voz propia que suele desembocar en aventuras estéticas innovadoras y originales.

Otros se inclinarán, a diferencia de mí, por obras que se caracterizan en contener la esencia de lo clásico. En el caso de la música, por ejemplo, vemos cómo unos aplauden a los artistas que se destacan por la experimentación o la transformación de parámetros establecidos, pero también encontramos a aquellos que apoyan los difusores de ritmos y géneros consolidados por el tiempo y libres de cualquier alteración.

En la literatura pasa igual: existen, para todo buen lector, algunas condiciones que determinan cuándo una obra es o no de su agrado, cuándo un texto es bueno o merece que se le llame literatura.

Con esta introducción, en esta ocasión hablaré de una pieza que, por su extraña naturaleza, es difícil de definir. Se trata de una especie de relato de corte autobiográfico leído por el irreverente escritor Efraím Medina Reyes durante el encuentro de escritores y editores organizado por el Banco de la República en el año 2004.

El escrito lo encontré cuando me disponía a recolectar información sobre este autor con el propósito de reseñar uno de sus cuentos. Una vez leí este inusual texto titulado “Las noruegas piden demasiado”, no dudé en remplazar el objeto de mi reseña, ya que encontré en este último hallazgo, un camino acaso más provocador y eficaz de invitar a la lectura del cartagenero.

El asunto del texto es sencillo. Medina se dispone a hablar de sí mismo y para ello parte de una idea “Estoy hecho de pedazos al igual que mis novelas y trato de armar el estúpido rompecabezas para saber quién rayos soy”.

Esto nos explica, luego de analizarlo detenidamente, por qué este escrito se encuentra dividido en tres partes y cada una de ellas está compuesta de varios comentarios numerados, que en apariencia no guardan ninguna relación entre sí, de no ser por esa idea de la cual ya estamos advertidos en este párrafo.

Dicho escrito, que parte de la necesidad de narrar una “precaria y vertiginosa vida” se quiso semejante a su autor y, por tal razón, es caótico y desmesurado. En él encontramos toda clase de información sobre Medina, desde sus posturas y gustos, pasando por la revisión de su estilo y obras, sus concepciones sobre el lenguaje y la escritura, hasta llegar a anécdotas y datos propiamente biográficos, entre otras tantas cosas que jamás alcanzaría a abarcar en esta reseña. Un rompecabezas que nos envuelve desde el mismo título, el cual en apariencia, no parece tener correspondencia con ninguna de las partes del texto.

Además de su estructura no convencional y su palpable humor sarcástico, “Las noruegas piden demasiado” se caracteriza por ser un texto que a pesar de renunciar a “ese pomposo ataúd llamado literatura” como medio de su expresión, es rico en recursos literarios que se confunden y matizan con un lenguaje fresco y cotidiano que a primera vista no es estético.

Pero luego de revisarlo desde un plano general, revela un trabajo que lo hace difícil de apartar del ámbito literario, cuando no, de despojarlo del reconocimiento de sus virtudes como texto crítico y reflexivo:

“1 Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de la humanidad: cuando dice que escribe para sí mismo y cuando dice que escribe para los demás. Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de los escritores: cuando dice que no le importa la crítica y cuando se enfurece con la crítica. Hay dos formas en que la estupidez de un crítico resulta insuperable: cuando escribe sobre el libro que le parece estupendo y cuando escribe sobre el libro que le parece horrible. Escritores y críticos pertenecemos a la misma raza estúpida y servimos, en todos los casos, a un único amo: el editor”

Junto a fuertes sarcasmos que intentan herir las susceptibilidades más conservadoras, como los que dedica a editoriales, premios literarios y autores de prestigio como García Márquez, y Fernando Botero -de quien dice que “Algún día alguien fundirá esa basura y la convertirá en útiles tapas para alcantarillas” para referirse a sus esculturas- aparecen ingeniosas comentarios que bien podríamos tomar como frases célebres:

“Crecí, como la mayor parte de mi generación, con las ansiedades del primer mundo y sin ninguno de sus privilegios. Soy otro hijo bastardo del imperio yanqui”

En este orden de ideas, quien quiera acercarse a la obra de este escritor colombiano, no debe pasar por alto este simpático texto que fuera de ser una fructuosa introducción a su vida y a su estilo, es un texto literario en sí, que sabe combinar el lenguaje convencional con la creatividad y hacer de lo que quizá fuera una aburrida u ortodoxa biografía, un estúpido rompecabezas que nos hace reír y pensar, a la vez que sacude nuestros criterios más rígidos a la hora de aplicar nuestros juicios de valor. Ahora sólo queda que ustedes pongan sus criterios en juego…

Damián Guayara Garay
Encuentre el texto reseñado en el siguiente enlace:
http://www.resonancias.org/content/read/320/un-texto-vitriolico-y-un-cuento-erotico-del-escritor-colombiano-efraim-medina-reyes/

sábado, 5 de diciembre de 2009

DE GATOS Y POEMAS.

"Soy Pink Tomate, el gato de Amarilla. A veces no sé si soy tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan los tomates”.

Rafael Chaparro.
Opio en las nubes.

Desde hace aproximadamente seis meses que refugié esa obstinada vaina de vivir solo en la figura de un gato. Bueno he de decir que cuando yo pensé que era macho resultó ser hembra la muy timadora, pero igual, para cuando descubrí la farsa ya me había acostumbrado a su presencia nocturna, sus chillidos espantosos por comida y sus lametazos a las cinco de la mañana, otra vez por comida. Así que no hubo más que permitir que se quedara acompañándome.


A estas alturas ya se preguntaran qué importancia tiene que un cínico posea una mascota y pretenda hablar de literatura colombiana empleando como preámbulo un triste gato, que entre otras cosas no es ni de raza ni se alimenta con altura.

Pues bien, tiene tanta relación como importancia, porque hace meses –y de esto ya existe una reseña- me regalaron una antología de poesía colombiana en la que aparecen los ganadores de los concursos departamentales de poesía, y en la que se encuentra, entre otras cosas, la proyección de los nuevos poetas y sus visiones sobre la escritura y el mundo.
Es en este libro donde me encuentro de cara con una poesía llena de acertijos, de juegos intelectuales, de nuevos reconocimientos y de otras formas, sobre todo aquellas que desbordan en minimalismos y en comparaciones, tal y como lo manifiesta la palabra poética de Francisco Javier Gómez Campillo, poeta del Cauca y Licenciado en Español y Literatura de la universidad de la región.

Resulta trascendental que cuando en medio de mis noches aparecía la gata con sus ojos refulgentes y abismales no quedaba de otra que resignarse a quedar metido entre las cobijas soportando el ataque de la bestia contra los inocentes pies descubiertos. Ese hecho me revelaba tan frágil y sumiso que entonces, y sobre todo en los tres últimos meses, estuve muy dado a creer que la mascota de Itzae –así se llama mi gata- era yo.

Recordé en una de esas fructíferas cavilaciones que en las páginas de la antología había un poeta que hablaba de los gatos y que me era preciso acercarme a sus poemas para ver qué relación existía entre su fijación por los felinos y mi tormento nocturno, así como también me recordó la lectura de Opio en las nubes.

Para sorpresa mía, hallo en la poesía de Francisco Gómez no sólo una evidente inclinación por los mininos, sino que los pone en juego con otros elementos de la habitación como las ventanas, los espejos y la noche misma, configurando una propuesta que recoge el sentido de cada cosa como centro de un universo en el que ella misma es la periferia de otro centro, de otro universo y así, hasta que se pueda imaginar la mente cansada y parca de los que poco imaginan, para terminar en el universo de un gato que lo contempla todo en medio de una aparente ceguera.

“Y sé también que mi gato es ciego para muchas cosas,
Pero de algún modo su ceguera lo contempla todo”.

Diálogo de las ventanas es el nombre que recibe el poemario ganador del permio departamental de poesía en Cauca, compendio de catorce poemas estructurados a partir del verso libre y sin mucha preocupación por la estructura, pero con profundidad en los versos y en las imágenes. Ellas expresan la insignificancia de cada cosa ante las demás y, a la vez, la importancia de las pequeñas cosas para lo macro, como en un juego que revela, al decir del prologuista, el pleno conocimiento del Budismo Zen del autor.

“las nubes… son blancas y diminutas como la leche que lame el gato
Son negras y vastas como las pupilas del gato en la noche.”

En estos versos se potencia la verdadera imagen poética, sin pretensiones de ilustración o majestuosidad intelectual: sólo la imagen cuenta, la sencillez de una escritura que demuestra madurez en las ideas y que por lo mismo hace que el lector otorgue mayor trascendencia a cada palabra, porque también el lector reconoce que en su cotidianidad, gracias a la revelación de la palabra de Francisco, todas las cosas mínimas son objeto de absolutas reflexiones, como me sucede a mí.

Puede que mi gata no tome leche, pero sí bastante agua; tal vez no pueda devorar impaciente un “Whiskas”, pero se come sus pepas comunes con la misma gula, y cada pepa – esa es la reflexión- puede ser un universo antojado para mí en sus fauces. Puede que también ella lo sepa y entonces sea una asesina galáctica que tarde o temprano terminará devorándose también mis pies, y puede que (…)

“El gato contempla su rostro en el agua que fluye
Como el fluir su rostro es siempre el mismo
Como el agua su rostro es siempre otro.
El gato se inclina sobre el agua y bebe de sí mismo
Beber de sí mismo en su centro
Su centro no tiene forma
Su forma no tiene fondo…

(…) me pierda en las cavilaciones que me llevan también a pensar que cada lengüetazo que da en su vaso de agua es la consumación misma de su ser, que se puede beber a sí mismo y que en cada bocanada de agua existe el saborear la existencia. Me gustaría entonces estar en una represa, profunda, y ver mi cuerpo en el estanque y poder, con toda naturalidad, pegarme un sorbo extenso, sorber y sorber mi existencia mezcla de agua y cuerpo, para entender por qué es posible que la gata se consuma lenta y saboreadamente mis pies cansados cada noche, como si quisiera ser parte mía o recuperar una parte de sí que ya no está.

La cosa es que desde que leí estos poemas de Francisco Gómez no puedo ver a la gata con los mismos ojos, y no sé hasta qué punto pueda resultar para ella perjudicial, pues en cada esquina la veo y la persigo para auscultar sus movimientos, para llenarme de sus pupilas negras y explayadas de noche.

Me gusta comprender, después del éxtasis, que mi gata observa desde lo alto de un palo cómo el ridículo hombre que la cuida tiene entre sus ojos a otro felino que no es ella, y lo sigue, y se embelesa anonadado de mininos por doquier, que la alucina cada instante porque –como dije en una reseña anterior- el cuarto es un perfecto espectáculo del anti espacio y en consecuencia no hay más que adaptarse a tenerla todo el tiempo ronroneando en el calzado, hasta que a fuerza del desencanto pega un salto y se va, tranquilamente:

“el salto que se lleva dentro
Salta como un gato
Y en su lugar sólo queda el ojo del gato contemplándolo.”

Creí que todo este alucine era un problema personal, pero no es así. Me he dado cuenta que Francisco es un paranoico y esquizoide que teme o ama tanto a los felinos que cree verlos en todas partes. “En el cielo la nube toma un instante la forma de un gato.” Los que tenemos por mascota un minino tendemos a ser obsesivos por el detalle concentrado en los ojos del animal, que persigue cosas invisibles, que se enternece ante un pin pon sólo porque en sus adentros el poder destructor de galaxias ya ha detonado y porque finalmente, y como dice el poeta: el hombre poeta se detiene(…)

“y mira en un instante leve el huir de la mariposa
Y mira un destello feroz en los ojos del gato
Que miran la mariposa trazar los signos de la muerte en el
Aire
Y se le viene a la mente de súbito
La conocida fábula de Chuang –Tzu
Y escribe:
“Dios cara de gato
No te comas a Chuang –Tzu.

(…) ante cosas tan hermosas y sencillas, que terminan por construir mil universos con sólo darse cuenta qué tan importante ha sido la aparición de un gato, o mejor de una gata, en su vida, en sus noches y en su poesía.

Gracias Itzae, y Gracias Francisco, por mostrarme el universo que se esconde en la relación de gatos y poemas.

OMAR GONZÁLEZ.

Ficha del libro: GÓMEZ, Campillo Francisco: “Dialogo de las ventanas”. En: por los verdes, por los bellos países. Antología de poesía. Premios departamentales de poesía1998. Pág. 109.-129.

martes, 1 de diciembre de 2009

INÉDITOS

En una entrevista un tanto informal, me preguntaron hace poco si conocía escritores jóvenes de la ciudad, si había prospectos que dinamizaran el campo de la literatura local.

Con fundamento en mi conocimiento de la novela del Tolima, mi respuesta fue negativa y aseguraba que hoy en día existe un número limitado de mecanismos de promoción de nuevas voces.

Creo que parte de la respuesta que di es verdad: en el departamento, en los últimos meses los talleres de escritura se han vuelto fantasmales y, aunque veo un poco el renacer de eventos literarios –como Ibagué en flor-, en ellos parecen desfilar, con algunas excepciones, los mismos nombres que desde la década del 80 se dedican a la escritura de ficción.

Pero no todo es como me lo imaginaba: olvidaba hacia la época de la entrevista que en toda ciudad se esconden embriones de escritores, jóvenes que en la mayoría de los casos son buenos lectores y mantienen un contacto constante con la escritura.
Algunos se guardan para sí sus producciones y esperan tener un material significativo para pasárselo a amigos de quienes esperan honestidad. Otros no soportan el anonimato y se lanzan apresuradamente al escenario, cultivando en ocasiones una mala imagen.

Como quiera que sea, la mayoría parece conservar la esperanza de ser publicado algún día. Esos jóvenes no hacen casi nunca parte de los invitados a eventos y, debido a que su obra se encuentra aun en ciernes, o a guetos editoriales, muchas veces se les cierra la posibilidad de ser publicados, permaneciendo en el silencio por largo tiempo, algunos incluso toda la vida.

Tienen en común su entusiasmo por la escritura, su postura crítica frente al apoyo al arte y una amalgama de íconos literarios de los que hablan de manera efusiva.

He descubierto a algunos de ellos –en realidad ya conocía a varios, pero mi memoria traicionera me juega malas pasadas- en un reciente documental realizado por algunos estudiantes de la Licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima.

El trabajo me ha parecido meritorio en varios sentidos: por un lado, es un camino de exploración literaria un poco diferente al que se acostumbra a realizar en las aulas universitarias.

Sin menospreciar los informes de lectura que prueban la capacidad de aprehensión de los conceptos y los procedimientos de interpretación de las obras literarias, este trabajo incorpora reflexiones sobre escritores en proceso, desde el formato audiovisual, más atractivo que el escrito.

Por otro lado, el enfoque es llamativo. Aunque no tengo conocimiento de documentales sobre figuras locales consagradas (advierto que mi memoria me puede fallar otra vez), observar las nuevas generaciones de narradores, dramaturgos y poetas que en el presente se animan a escribir, es insistir en la mirada de voces alternativas, que no están canonizadas dentro de lo regional y, mucho menos, lo nacional. Hacer este ejercicio es fijarse en las márgenes, las semillas que en el futuro acaso tendrán reconocimiento por su obra.

Un tercer acierto está en la visión que se obtiene de estos escritores inéditos. Desde allí se puede percibir la expectativa de quienes hoy se aventuran en la escritura, sus concepciones sobre lo literario, sobre el mercado editorial, sobre las influencias e incluso sobre cómo se asume la crítica.

Es una visión caleidoscópica desde las nuevas generaciones que, con diferentes matices de conocimiento, aportan ideas al campo de la producción literaria.

Las grabaciones se han realizado con herramientas elementales, pero pese a ello la edición logra atraer a quienes se interesan por lo literario. Como se afirma en un principio, quienes aparecen el documental no son todos los que se podrían incluir, pero es una muestra significativa del potencial que existe en la ciudad.

El documental nos deja un gran interrogante acerca del futuro de los entrevistados –e incluso de los que no aparecen pero rondan: ¿Son apenas espejismos o escritores de un impacto posterior? Lo sabremos en unos años. Por ahora juzguen ustedes mismos el trabajo de los documentalistas y de los escritores en
http://vimeo.com/7464370

Leonardo Monroy Zuluaga

sábado, 28 de noviembre de 2009

“UN VIAJE A TRAVÉS DE SU CUERPO” DE ELMER J. HERNÁNDEZ

Intersticios, el primer libro de cuentos del escritor Elmer J. Hernández, publicado en abril de 2003 por la corporación Germinar, presenta, entre los seis textos que contiene, una historia muy singular titulada “Un viaje a través de su cuerpo”.

Esta, sin escaparse de los umbrales de la cotidianidad, reelabora las contracciones de un hombre que se debate entre el deseo de amar y la frívola racionalidad.

El título, el cual en apariencia nada tiene que ver con la trama del cuento, no devela mucho en su primera lectura.

Tan solo, y eso que sesgando a una las varias interpretaciones sugeridas, anuncia un desplazamiento por la humanidad de alguien, pero sin la certeza de qué tipo de recorrido es el que va a emprender el lector o sobre el cuerpo de quién…

De esta manera, el título en últimas, se convierte en una fuente de incertidumbres, las cuales el lector las va a tener que solucionar a lo largo del viaje que plantea el escritor.

No obstante, y para precisar la ambigüedad insinuada por el título, el narrador del cuento delimita el campo sobre el cual se va a mover.

“Cuando advierto su presencia soy feliz porque con ella la vida es de otro color. Empieza por dibujar una sonrisa en mis labios, después se desnuda tan despacio como para prolongar hasta la eternidad su rito de amor y luego vienen a mi trasfigurada en un raudal apocalíptico donde me veo a merced de su afán y donde ella se cree a merced del torbellino de mis anhelos…”.

Así específica que el recorrido sugerido por el primer índice del texto, hace referencia a un viaje de carácter erótico. El empleo de la primera persona (soy), de cualidades eminentemente humanas (feliz) y de pronombres (ella), le permiten al lector identificar, de forma parcial, a un hombre y a una mujer como los personajes de la narración, lo cual se ratificará a lo largo de la lectura, por cuanto el escritor, explotando la descripción explicita (digresión), los construye plenamente, define sus rasgos caracterológicos y las contradicciones a las que están sometidos.

Aunque gran parte de la narración es lenta, las digresiones no distorsionan el hilo del cuento. Cada detención que el narrador hace, bien sea para describir el ritual de amor en el que se encuentra o para expresar “silenciosamente” sus cavilaciones, enriquecen el rumbo de la historia.

Estas le proporcionan los elementos suficientes al lector para identificar en el título el motivo central que justifica la contradicción del personaje principal, el cual, a través certeras aceleraciones de los hechos, encuentra un desenlace oscilante entre la necesidad de matar y el deseo de amar.

La ambientación lograda a través del desarrollo de la historia y el final sorpresivo, son rasgos destacables en “Un viaje a través de su cuerpo”, pero el cuento no se reduce a estos dos elementos.

En él, también subyace la angustia por el exacerbado privilegio de la razón, la cual limita los placeres más triviales y convierte al amor, en este caso, en un asunto frívolo susceptible de justificación alguna, al mejor estilo del calculador que espera que nada se le salga de sus predicciones, ni siquiera el mas mínimo latido del corazón.

En definitiva, el cuento del escritor Elmer J. Hernández reclama el derecho a la lectura, pues es el producto de un esfuerzo por poner en aprietos al lector, explotar los recursos narrativos, asumir la cotidianidad como el escenario donde se presentan las contradicciones del ser y proponer los riesgos de la excesiva racionalidad.

Gabriel Bermúdez
Ficha del libro: Hernández E. Elmer J. “Un viaje a través de su cuerpo”. En: Intersticios. Germinar. Ibagué. 2003. Páginas 47-56.


miércoles, 18 de noviembre de 2009

NUNCA ES TARDE CON "MARIA DOS PRAZERES" DE GARCIA MARQUEZ

En el 2004, el taller de literatura orientado por el profesor Jorge Castro Lima se centraba en la lectura de Memoria de mis putas tristes de Gabriel G Márquez, con miras a un posible análisis aproximativo.

Aparte de esa novela base, el orientador nos sugirió el abordaje de otras obras del autor, con el ánimo de ir allanando sus propuestas estéticas; por esos días, me acuerdo, un pariente me obsequió Doce cuentos peregrinos, y la oportunidad se prestaba para la tan dichosa exploración narrativa.

Di lectura a los cuentos, y seleccioné de paso un par de ellos. Hoy, en las postrimerías de mi estancia por la Universidad, he hallado un relato en las páginas de ese mismo libro, que me ha hecho pensar que nunca es tarde para hallar una narración conmovedora e intrigante como la de María dos Prazeres.

Los transes melancólicos de una “puta” –tomo en sentido literal el término del narrador– quien cree que la muerte la persigue a sus setenta y seis años y llegará por ella en Navidad, es el tema principal del relato.


La preparación de ese momento cumbre, es un bello pretexto para auscultar la vida de María, mujer que se dedicó al arte de entregar momentos de amor a sus clientes predilectos, entre ellos el conde de Cardona, figura imponente, lleno de soberbia, simpatizante del Franquismo el cual ella detestaba.

El conflicto ideológico que sostenían en algunas ocasiones esta inusual pareja de amigos, se consumaba en la cama, bajo la plena determinación de olvidarlo por completo.

“Ambos eran conscientes de tener tan pocas cosas en común que nunca se sentían más solos que cuando estaban juntos, pero ninguno de los dos se había atrevido a lastimar los encantos de la costumbre. Necesitaron de una conmoción nacional para darse cuenta, ambos al mismo tiempo, de cuánto se habían odiado, y con cuánta ternura, durante tantos años” (pág. 139)

Con plena atención a las orientaciones que la ceñían como mujer libre y entregada, María dos Prazeres se autodenominaba una “puta justa” (pág. 140) y frente a eso, tuvo que aceptar las derrotas de la sociedad española, cómplice en un momento determinado de la tiranía y la represión.

Y siguiendo firme en su tesis de auto liberarse por completo, decidió quedarse sola, sin la única persona que la acompañó bastante tiempo. El único ser cercano fue su perrito Noi, y el narrador de esta historia, que no escatimó en imprimir anotaciones tristes pero serenas sobre una protagonista consciente que a la muerte se le espera con paciencia porque sabe que viene a hacerle un grato favor.

Solo el final de la historia nos permite ver que María estaba equivocaba al afirmar que era la parca la visitadora de aquella tarde lluviosa cercana de diciembre. Craso error: es un joven que luego de acompañarla a su casa aprovecha para hacerle una propuesta inusual; él es el quien convence a esta mujer que jamás habrá ataduras para sentir y menos para supeditar un momento íntimo por cuestiones etarias.

Así lo entendió María quien al final de esta historia: “… comprendió que había valido la pena esperar tantos y tantos años, y haber sufrido tanto en la oscuridad, aunque solo hubiera sido para vivir aquel instante” (pág. 144).

Solo un momento de amor pudo devolverle la vida. Como aquel anciano que con solo ver a la joven desnuda sentía realizarse por completo, sin necesidad de tocarla, tal cual nos lo explicaba el profesor Castro en aquellos días de taller. Definitivamente, nunca es tarde. Siquiera para recordar.

Ficha bibliográfica: GARCIA MARQUEZ, Gabriel. María Dos Prazeres. En: Doce cuentos peregrinos. Editorial Oveja Negra. Bogotá. 1992. Pág.: 125 – 145.

Léalo en la red:
http://linze-azul.blogcindario.com/2005/12/01220-maria-dos-prazeres.html

domingo, 8 de noviembre de 2009

BESACALLES DE ANDRÉS CAICEDO: UN CUENTO CON RABO DE AJÍ

A menudo los lectores de cuentos coinciden en afirmar, que lo más agradable en un relato es el hecho de contener un final sorpresivo, un cierre en el cual ellos se sientan como víctimas de una estratagema, que todo el tiempo se encargó de conducir sus conjeturas por fuera de las márgenes del texto.

Es cierto. A menudo nos encanta ser cómplices de un engaño, tener la extraña sensación de haber caído en una trampa placentera, a la que nosotros acudimos inconscientemente y de la cual, nunca no salimos arrepentidos.

Besacalles de Andrés Caicedo es una de esas narraciones. Un cuento incluido en Calicalabozo que se destaca de tantos, porque su última página acostumbra abofetear a todo aquel que la lee por primera vez.


En él, encontramos un camino insospechado de artificios, que buscan crear en las líneas finales de la historia, la misma sensación de alarmante asombro que sintiera el personaje a la hora de enfrentarse a un suceso desconcertante.

Un relato que como pocos, sabe combinar el lenguaje cotidiano con la narración en segunda persona, sin desdibujar el carácter verosímil de los personajes, ni entorpecer la fluidez.

El cuento consiste de cierta manera, en la revelación gradual de la imagen y la vida de un personaje. Línea tras línea, nos vamos acercando cada vez más a su mundo, y con el trascurrir del relato, quien se nos mostraba misterioso en un comienzo, nos va enseñando sus secretos hasta arrastrarnos a lo inimaginable.


Pero como el objetivo del presente texto es invitar a disfrutar la lectura de este cuento, me esforzaré por no arruinar en mi tarea de reseñarlo, lo que quizás, tanto trabajo le costó a su autor al escribirlo.

La historia empieza así: “entonces corro hacia la esquina, y si hay verja por alguna parte, apoyo un pie en ella y me pongo una mano en la cintura. Acomodando bien la cartera con la otra mano, y así los espero”.


Notamos desde aquí varios elementos que determinan el contexto de la historia: damos por cierto, gracias a las acciones referidas, que se trata de una mujer que posiblemente es una prostituta y que ella cuenta algunas cosas de su vida a alguien.

El relato prosigue. Líneas más adelante no solo parecemos comprobar lo que pensábamos, sino que además, damos también por hecho que se trata de una hermosa caleña y como es frecuente en los cuentos de Caicedo, vemos a la par de la sucesión de los hechos, florecer la Cali de los 70’s en los lugares, las expresiones y el lenguaje coloquial de los diálogos.


Poco a poco, vamos inmiscuyéndonos en la vida de aquella mujer (que no es precisamente una prostituta, para nuestra decepción), quien nos cuenta cómo todos los días busca muchachos para llevárselos a la orilla del rio, y aprovechando que haya oscurecido, mandarles la mano.

La historia transcurre de manera muy fluida. Con la velocidad que pude llegar alcanzar una conversación cotidiana, la mujer nos conduce por múltiples episodios de su vida poblada de aventuras, de las cuales, sobresale una que al parecer tiene graves implicaciones: la extraña relación con el joven pecoso del conservatorio.


Según ella hay días en que todo le sale bien: “todo me sale a las mil maravillas: puedo llevar hasta cinco muchachos al rio”; y otros en que las cosas no salen como ella las quisiera como por ejemplo, “cuando piensan que algo está funcionando mal (…) entonces se ponen impertinentes y groseros, de modo que tengo que enojarme de veras, vayan a comer mierda, a ninguna mujer le puede gustar que un hombre le haga el amor de esa manera tan burda, y me paro arreglándome el vestido”

Pero ningún día peor a aquellos en los que “me encuentro con ese pecoso que no me puede ver sin dejar de gritarme cosas”

Es así como este asunto en particular (el hecho indeseado) llama la atención del cómplice lector, que siente necesaria la revelación de los detalles de esa historia que asecha detrás de la historia.


De esos detalles que el narrador se encarga de suministrar gota por gota, pues a la hora de referirse a dicho asunto siempre aparece otro apunte o un recuerdo que aleja por un instante el anzuelo:

“El muchacho pecoso que le digo estudia en el conservatorio y tiene un pelo y unos ojos muy bonitos. Yo lo conocí por intermedio de un amigo suyo a quien la otra vez también me lo llevé al rio. Donde se consiguen mas muchachos es por los lados del Latino…”

Siguiendo lo anterior, el tema se deja y se retoma constantemente, cada vez que desaparece conocemos más de su vida, y cuando vuelve conocemos más detalles del episodio en cuestión.


De tal modo que, de salto en salto, terminamos por enterarnos de cómo se conocieron el pecoso y ella, pero también de su vida familiar y sus experiencias con la gallada de Frank, hasta que finalmente llegamos sin darnos cuenta a la gota que rebosa el vaso: la experiencia que explicaría por qué aquel muchacho después de la vueltica por el río ya no la deja tranquila.

“…Cuando se fue no sé si estaba riéndose o llorando a carcajadas. Como ya dije, mi vida está ya lo suficientemente organizada para que venga él a estropeármelo todo, sobre todo que me lo encuentro a cada rato por las calles de Cali, pero lo bueno es que siempre anda solo, por eso el asunto puede remediarse relativamente fácil. Y si no puedo, pues tocará ir pensando en pegar pa Medellín o para Bogotá o a Pereira, inclusive, pues en esta ciudad las cosas se están haciendo cada día más difícil. ”

Como se puede observar hasta aquí, todo apunta a que la revelación final, le da un vuelco total a la historia y que la imagen gradualmente tejida a lo largo del relato es de repente alterada en contra de las expectativas del lector.


A esto me refería con el final inesperado, pues lo más seguro es que la persona que no se haya acercado al cuento se esté preguntando que habrá pasado, y los que ya lo leyeron me estén haciendo un guiño a lo lejos. No obstante, no terminaré sin antes darles una pista que tal vez los motive a leer este cuento con rabo de ají o por lo menos, a conjeturar un poco sobre la suerte del pecoso: cosas como esta suelen suceder…

Damián Guayara

FICHA DEL LIBRO:

CAICEDO ESTELA, Luís Andrés, “Besacalles”. En: Calicalabozo. Bogotá: Editorial Norma, 2003
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martes, 3 de noviembre de 2009

APUNTES SOBRE ESCUCHANDO EL INFINITO DE OLGA ELENA MATTEI

De los números y las letras, de las palabras y la física, la química, el espacio y la constante inquietud filosófica del origen. Sé que parece pretencioso nombrar todo esto junto pero es lo que he encontrado entre los versos de una poetisa colombiana Olga Elena Mattei.

Escuchando al Infinito es quizás una de las pocas obras poéticas que últimamente ha llegado a mis manos y que en realidad ha logrado conmover algo en mí. De lo verídico de las ciencias exactas aun dudo, de la renovada palabra en la pluma de un escritor también. Pero Olga Elena ha logrado acercarse demasiado al espíritu mismo del universo sin negarle su inmensidad y divinidad.

Sus versos van desde los átomos y partículas que danzan en nuestro espacio visible, hasta esa infinita energía que todo lo llena y encuentra. Va desde la efímera existencia del ser humano hasta la eterna exaltación del universo y su infinito fuego cuántico, en donde el Ser se cuestiona y es confrontado por las leyes naturales de la propia existencia y de cuanto lo rodea.

“…envuelta
en su atmósfera rara,
y en el plasma
ionizado
que irradia
la vibración colectiva
de las criaturas vivas
encendidas
en subpartículas
de alma.
Aquí, la mía:
fracción de quark
que piensa y ama…”

La transitoriedad del ser y su innegable relación con la muerte permiten a la poeta acercarse y observar la vida desde una esfera compuesta por luz y eternidad. Las manos y los astros se encuentran en un núcleo cristalino del que brotan las emociones humanas y las palabras tejidas por signos silenciosos chocan como partículas errantes en nuestro propio universo mortal.

Del abismo humano se escapa su propia muerte, envuelta en levedad y discontinuidad, a donde caen las emociones y la gravedad las atrapa en ese no espacio no tiempo. Olga Elena crea atmosferas de planetas que circundan espacios interiores.

De la forma de los poemas poco puedo decir, pues no es mi labor ser la taxonomista que se encargue de diseccionar esta hermosa obra para analizarla; no es tampoco la misión del crítico o del artista la de levantarse por encima de esa explosión cósmica que en la poeta se jacta de belleza expresiva y de reflexión filosófica.

Del cuestionamiento del origen humano y de la música que se desplegó en el momento en que la materia no se resistió a sí misma, Olga Elena eleva sus preocupaciones cósmicas que no son otras sino las humanas.

Salto entonces de lo humano a lo cósmico, o de lo cósmico a lo atómico, y si bien no existe una teoría física que explique en conjunto estas esferas de la existencia o aquellas de la no existencia (antimateria), es cierto que al menos una poetisa quiso acercarse a ello.


Nazly Pita
Ficha del Libro: Mattei, Olga Elena. Escuchando al Infinito. Bucaramanga: Sic Editorial, 2005
Nota: Este libro fue ganador del Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob 2004

viernes, 30 de octubre de 2009

LAS REVISTAS LITERARIAS Y SU IMPACTO EN LA LITERATURA

Desde hace algunos años, mi cuarto se encuentra invadido no sólo de libros, sino que a este fenómeno del anti espacio –sabrán que el cuarto de un joven y empedernido lector es todo un enredo de libros y papeles- se ha sumado una buena cantidad de revistas literarias, que gracias a Gabriel Arturo Castro y otros personajes de la vida literaria regional y nacional, se han ido incorporando a medida que participo en eventos, lanzamientos de libros y encuentros de escritores.

Sé que en primera instancia no es muy importante que encontremos el cuarto de un joven lleno de revistas, o de papeles, pues nadie en absoluto garantiza que las lea, pero cuando se trata de uno de esos lectores asiduos e insaciables, entonces este hecho inoportuno adquiere cierta validez, al punto de que a ese joven le taladra la idea de escribir algo sobre las famosas revistas que se hospedan junto a su gastado cuerpo en un pequeño cuarto de pensión.

Son tan variadas y tan raras algunas revistas y periódicos que tengo, que me es imposible no decir que su divulgación pareciera otro acto literario en sí; por ejemplo, se me ocurre hablar de la revista ‘Arquitrave’, cuyo director es el conocido Harold Alvarado Tenorio, y que en su edición nº 42 presenta al poeta Ignacio Escobar Urdaneta De Brigard, con su cabello peinado de lado pero de un largo considerable, espeso bigote charro y una mirada tan perdida, que da la impresión de ser un poema como tal desde su sola presencia y su imagen.

Esta caratula es extraña porque a uno no le dan ganas de ojear la revista, que supone extraña y poco seria; sin embargo, cuando se lee el contenido, se despierta de inmediato esa sensación de confabulación, pues se encuentra con que ese hombre, de por si raro, escribe de una forma similar a su mirada.

Sigo hablando de revistas, y otro ejemplo me llega de Santa Marta, y no sé por qué, pero el título también es demasiado sugerente: “Mesosaurus” ediciones 3 y 5.

Entonces la curiosidad es mayor y me encuentro con que mesasaurus –en español- es un género extinto de saurópsidos mosasáuridos que vivieron en el Cretácico superior (hace aproximadamente 90 y 65 millones de años...) lo que me sugiere que el contenido de la revista es sobre poetas o escritores tan ancianos que no pueden ser llamados de otra forma; sin embargo, los escritores que conforman el corpus de la revista son todo lo contrario, algunos conocidos sólo por el director de la revista, amigos y demás, porque son profesores y yo qué sé.

El mismo director de ésta revista, Hernán Vargascarreño, tiene una en Bogotá que es excelente y recomendada, se llama ‘Exilio, para asumir la soledad’ y que se especializa en la realización de antologías de poetas colombianos desde hace 15 años, dentro de los que se destacan Omar Ortiz, Juan Manuel Roca y Giovanni Quessep.

En esta revista se encuentra el sentido poético de la compilación de un solo autor, representado de tal forma que se hace el lector una idea del poeta y de sus cambios en las escritura, de su proceso y de su trascendencia, por eso la recomiendo.

Otra revista de esas que me habitan se llama “polifonía”, de amplio renombre y de contenido gustoso. Es una de esas revistas que en definitiva se ha ganado el espacio en el ámbito nacional, no sólo por su amplia difusión, sino porque en sus páginas se encuentran las múltiples voces de escritores y críticos literarios de todo el país, con lo que su contenido se torna multifacético y sugerente para aquellos que aman las letras en toda su expresión: Lectura, Crítica y creación.

En fin, podría alargarme en nombramientos: Común presencia, Boletín bibliográfico, el periódico de Babel La palabra sangría, Tiempo de palabra y cualquier cantidad de revistas literarias y periódicos importantes en la vida literaria nacional, pero realmente lo que deseo es recomendar el seguimiento de estas publicaciones, que no sólo contribuyen a la difusión de la creación y la crítica nacional, sino que se proyectan como presentadoras de nuevos poetas, de otras voces, las marginales, las periféricas, porque ofrecen un sin número de posibilidades al lector, a su imaginación y le muestran que en Colombia son tantos los enamorados de la literatura como revistas literarias hay.
A todos los lectores invito a que en las bibliotecas y puestos de revistas busquen estas publicaciones, ausculten su contenido y conversen íntimamente con los escritores y poetas que en ellas se encuentran, tan atrapados y tan sinceros como cualquier joven de pensión que se pudre en medio de papeles, libros y revistas literarias.

OMAR GONZALEZ.

domingo, 25 de octubre de 2009

PARA SEGUIR EL EJEMPLO

A J.E.C.L.

Hace unos años un maestro disfrutaba que yo le preguntara qué estaba leyendo, para contestarme con una sonrisa llena de picardía: Basura. Cuando leía en su rostro la ironía y veía cómo levantaba paulatinamente la novela sobre mis ojos, entendía que el doble sentido del título de la obra de Héctor Abad Faciolince le agradaba: leía Basura no basura.

Luego supe que ese título era un terrible gancho comercial que deja a los lectores con la inquietud de ir a sus páginas para conocer su trama. Yo no aguanté la tentación y unos años más tarde asistí a la cita que había preparado mi profesor con esa sonrisa pícara.

El argumento de Basura se repite en cuanto trabajo de grado y reseña del libro exista: un escritor que a pesar de tener dos obras publicadas es un perfecto desconocido en el ámbito nacional aunque goza de un estipendio que le permite escribir con comodidad. Un crítico por azar, que busca en la basura del conjunto residencial donde vive, las hojas que ha desechado Davanzati –el escritor frustrado- y reconstruye algunas de sus historias. De por medio hay comentarios sobre la literatura colombiana y especulaciones sobre la vida íntima de Davanzati.

Quiero obviar aquí lo de la escritura de la novela –que en realidad son dos, la del crítico y Davanzati y la que elabora Davanzatti- , con ese lenguaje que desde un principio reta lo literario, y se mete en el terreno de la coloquialidad de un crítico; pensemos por ejemplo en el inicio con una repetición que parece equivocación de principiante pero que es en realidad el juego planteado por el narrador: “Esto que empiezo empezó cuando me pasé a vivir por el Parque de Laureles” (13)

Quiero obviar -insisto- el lenguaje y la estructura para centrarme en la figura de Davanzati: uno podría sentir por él una pequeña conmiseración, en tanto pese a que se esfuerza por hacer una obra realmente significativa, solo tiene retazos mal elaborados, o escenas en las que el peso de su vida personal arruina la prosa. Davanzati se suma a la lista de algunos escritores frustrados que han pasado por las líneas de narradores nacionales y extranjeros.

Recuerdo aquí el Ignacio Escobar de Sin remedio que, desesperado porque no le sale nada, escribe en un espejo de su baño “mieeeeeerda”, grita y se enfurece; también está Leopoldo, un personaje de Augusto Monterroso, que adquiere una fama de escritor local pero tiene un pequeño problema: nunca escribe, y cuando lo hace, lo hace pésimo. Recuerdo también estos hermosos versos de César Vallejo:

“quiero escribir, pero me sale espuma
Quiero decir muchísimo y me atollo”

Que después complementa con la estrofa

Quiero escribir pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay voz hablada que no llegue a bruma,
no hay dios, ni hijo de dios, sin desarrollo

Todos hablan sobre lo difícil de la escritura y algunos sobre la frustración de narradores que se “encebollan” cuando van a escribir. Lo particular de Davanzatti es su honestidad: como sabe que nada de lo que narra es digno de ver la luz, bota todo a la basura. Sin remilgos de escritor inmaduro y con mucho veneno en su crítica personal va desdeñando sus líneas, hasta que, tal vez, aparezca la más contundente.

En ese sentido no veo a Davanzati con conmiseración sino como ejemplo de buen escritor; porque el buen escritor se conoce tal vez más por lo que bota, desecha, acaba y arruga, que por lo que publica. Por eso tal vez desconfío de los que publican por montones y creen que entre más páginas tengan sus obras, más ingeniosas y originales son. Por eso en ocasiones me parece abrumadora la obra de León de Greiff, Germán Pardo García, Homero Aridjis, en poesía –aunque algunos tengan muy buenos poemas-, y de narradores con diez y hasta doce obras encima: ¿habrán botado lo suficiente?

Que Davanzati resucite en cada uno de los narradores colombianos sería una buena manera de mejorar los productos artísticos: pero las presiones de editoriales, la necesidad de afamarse, una egolatría a la máxima potencia, la ingenuidad o la felicidad de ser llamado “escritor”, son impedimentos casi insalvables. Esta es la razón por la que nos debemos resignar en ocasiones con novelas, cuentos y libros de poesía, que arrancan más una mueca de desespero que un buen sentimiento.

La sonrisa de mi maestro me persigue y especulo con que haya intuido alguna vez, que yo escribiría estas líneas. Él tampoco ha culminado su obra y creo que ha preferido echar todo al bote que gozar de una futura vergüenza –o tal vez de una futura gloria. Por lo pronto espero que él y el personaje de Abad Faciolince sean faros: ¿mucho pedir a una nación en la que todo el mundo que lee dos libros y escribe unas líneas, quiere que se le diga escritor?

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Abad Faciolince, Héctor. Basura. Madrid: Lengua de Trapo, 2000.


jueves, 22 de octubre de 2009

CUANDO LA REALIDAD Y EL SUEÑO COPULAN: “OJOS DE PERRO AZUL” DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Los seres humanos somos animales en esencia duales, entes condenados al dos que se multiplica y lo impregna todo. De la derecha a la izquierda, de la memoria al olvido, del amor al odio, de la vida a la muerte o como en la maga literatura, del sueño a la realidad y de la realidad de nuevo al vuelo.

No nos habrá de extrañar entonces, que sea esta última un infinito laberinto de pares que copulan y riñen entre sí o como en “Ojos de perro azul” de Gabriel García Márquez, un lugar donde las cosas se funden y ya nada parece delimitado.

Un relato en primera persona narrado por el protagonista, que trata sobre una historia de amor muy particular.
Él es “el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado” y ella su compañera de vuelo, una enigmática mujer con piel de cobre que entró un día a un cuarto de sueños ajeno y ya no pudo dejar de frecuentarlo cada noche: “nos veíamos desde hacía varios años. A veces cuando ya estábamos juntos, alguien dejaba caer un cucharita y despertábamos”

Como tampoco lograría dejar de buscarlo cada día al despertar por las calles de una ciudad que nunca pudo recordar en aquellos sueños. “Ojos de perro a azul” el instrumento de su búsqueda, una frase que sólo podría reconocer él, que asecha pronunciada y escrita el encuentro de aquel hombre desmemoriado que la pronuncia cada noche con la esperanza de recordarla al otro día.
En dicha historia, asistimos al renacimiento de un tema que parece nunca agotar sus posibilidades. Como en Borges o Cortázar. El sueño aquí es una dimensión vital del hombre, que extiende sus tentáculos hasta la realidad, en un abraso profundo e irremediable.

Gabriel García Márquez, se encarga de arrastrar al lector de manera progresiva de la realidad a la fantasía para abandonarlo súbitamente en un laberinto de posibilidades que tiene como eje central el sueño, una dimensión bicéfala.

En las primeras líneas de este cuento, parece que somos testigos de una situación cotidiana, el encuentro de dos viejos conocidos, de los cuales uno no parece reconocer al otro:

“Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez”

Sin embargo no trascurre mucho del relato para que la atmosfera se torne extraña, pronto no queda duda de la naturaleza fantástica del relato:

“Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita, suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes». ”

¿Ojos de perro azul? Desde este instante el título cobra sentido, lo que parecía un hermano de la “La naranja mecánica” es un título que lo ilumina todo el texto. Luego viene poco a poco el esclarecimiento de la situación.

Sin darse cuenta el lector se encuentra de un momento a otro en un mundo onírico, esbozado por imágenes fantásticas que parpadeaban inadvertidas. Un cuarto, una puerta, un tocador, una veladora, una mujer de cobre y un hombre que al recordarla como cada noche al mirar sus “parpados iluminados” le dice cariñosamente una frase inolvidable: “Ojos de perro azul”.

Hasta aquí el lector ha experimentado multitud de esclarecimientos, pero son más los interrogantes que nacen ante las extrañas circunstancias. Ya que cuando todo parece despejarse en una cotidianidad enrarecida, vuelven las bofetadas de sentidos ebrios:

“Durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, a través de esa frase identificadora: «Ojos de perro azul”

Sueño y realidad, una imagen nítida y amable, de no ser porque es tan sólo el señuelo de un laberinto, de un juego de espejos que atrapa al lector. La mujer explica al hombre todo lo que hace en la realidad para encontrarlo una vez abre los ojos y esta descripción resulta ser más alucinante que el mismo sueño.

“escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas (…) en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos”

A lo que se suma más adelante algunas frases perturbadoras, en una conversación entre ella y él:

“«No sé por qué no puedo recordar dónde lo he escrito». Y yo le dije: «Por lo mismo que yo no podré recordar mañana las palabras». Y ella dijo, triste: «No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado»”

El relato termina con la promesa rutinaria del encuentro y la desesperanza de vencer al olvido que es el gran obstáculo. Sin embargo, es de resaltar el entre cruce de posibilidades que sugiere el final relato.

Porque contrariamente a lo que afirma la determinante frase final “Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado” está el resto del cuento, pues recordemos que quien lo narra es un hombre que al parecer lo ha recordado todo.

Sin duda, cuando leemos “Ojos de perro azul” nos enfrentamos a un texto que reta constantemente nuestra imaginación. En él, García Márquez se encarga de crear una atmosfera de intriga constante, cargada de detalles que provocan en quien lo lee, una sensación de extravío, cuando no de placentera expectativa, que hacen finalmente de este cuento, una pieza valiosa dentro de la narrativa de este escritor, que se diferencia de las demás por su temática particular y un estilo más mesurado en el empleo de figuras retoricas, pero no por ello desprovisto de aquellas imágenes que sólo tienen lugar cuando la realidad y el sueño copulan.

DAMIÁN GUAYARA GARAY

FICHA DEL LIBRO:

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. “Ojos de perro azul”. En: Todos los cuentos (1947-1972). Círculo de lectores: Bogotá, 1983. Pág. 47-53

sábado, 17 de octubre de 2009

RELATO DE UN POETA INCIERTO.

Iba entrando al restaurante donde suelo frecuentar, a eso del mediodía, y fue cuando lo vi.

Estaba sentando en medio del lugar, solo, absorto en quien sabe qué; por su físico y sus aires de mística apariencia –llevaba barba exuberante, un bastón, libros y un saco de paño que hacia juego con un blue jean– pensé en León de Greiff.

Desde hace un buen tiempo, mantengo en mi maletín una antología interesante, eso sí, incompleta de la vasta obra del poeta.

Y me la paso “fastidiando” compañeros –sobre todo féminas– con esta lírica, grandiosa, profunda, ininteligible para la mayoría. Por eso, cuando voy por ahí, viandante indiferente, guardo fragmentos especiales y los digo sin temor a equivocarme.

Entraba, lentamente, recordando “yo señor soy acontista / mi profesión es hacerle disparos al aire” sin saber que en realidad iba a encontrarme con una aventura, digna de Guillaume de Lorges.

Decía que su apariencia no desentona con la del gran rapsoda antioqueño. A excepción del blue jean, claro está.

Por alguna razón inconsciente, pensé que también era poeta. Cuando él me dijo que estaba en lo correcto, –ya le había dicho que estudiaba Lengua Castellana y Literatura– dio su nombre pensando que quizá lo conocería: Miguel Ángel Sefair.

Hice un esfuerzo. No sabía quién era. Creo que se disgustó, sin embargo quiso que le acompañara en la misma mesa. Y allí empezó el enredo.

Me dijo demasiadas cosas en torno a su obra, sus temas recurrentes al momento de escribir, exhibió unos libros de su autoría, fue agresivo con el país porque este no sabía apreciar la cultura y las letras, sobre todo las de él, y finalmente, cuando hube de almorzar, me preguntó que cuál era el poeta colombiano que más me interesaba.

Es difícil responder, pues son varios los que entran en esa lista selecta: Julio Flórez, Barba Jacob, El tuerto Lopez, Gonzalo Arango, María Mercedes Carranza. Pero el preferido es León de Greiff sin duda. Secamente confesó que lo había conocido.

Me dijo que sabía varias historias que compartieron en el Café Automático. Me llamó la atención, y lo acompañé a la Universidad.

Mientras nos tomábamos un tinto, me comentó que fue amigo cercano del poeta paisa. Me pareció raro porque León de Greiff era de pocos amigos, mas él afirmaba que así era, incluso decía que el “maestro” era más amistoso que Gonzalo Arango, el cual sí era un gran enigmático y poco de dialogo. Le creí, era su voz contra la mía.

Después de una serie de anécdotas sobre el susodicho –eso de que le gustaba llevar en su gabán dos botellas de aguardiente cada noche, andando como un “beodo” por la Candelaria, siendo amistoso con unos, grosero y altanero con el resto; sus rabias cuando le decían Maestro, a veces Poeta; su trágica muerte a manos de una cirrosis anunciada– le pregunté el motivo de la visita a esta ciudad.

Sefair no escatimó en decir que era un invitado por la Universidad del Tolima para la muestra poética que se llevaría a cabo durante la semana. Momento oportuno aquel, para querer saber sobre su poesía. Pasó varios libros, los leí con detenimiento al principio, luego con desespero, finalmente con desgano.

La verdad fue como estar con poesía de estudiante de pregrado que anda convencido que al comprar a sus críticos con favores, tapa la pobreza estética de su producción. Perversos versos leí.

No sabía qué decir cuando el señor Miguel Ángel quiso saber esta humilde apreciación. Me fui por lo sutil: son algo convencionales –temas de amor, mujeres, naturaleza, conflictos con Dios, al mejor estilo de Cesar Vallejo, claro que a la versión Sefair le falta contundencia; todos tratados con ese lenguaje dulzón, carente de rigor, imágenes pobrísimas con tendencias fuertes a lo comúnmente establecido; insisto, poesía de estudiante de pregrado o de colegio– deberían ser analizados con mayor profundidad, total, una lectura ligera no determina mayores alcances.

Entre el desconcierto y la afirmación guardó sus materiales. A propósito, lo único que me interesó fue el título de una de sus obras: Jaque a la locura. Será porque soy cercano al ajedrez. De resto, ni hablar.

Ahora, las 2pm. Sefair tenía que estar en una presentación, supuestamente iba a abrir el recital. Lo acompañé hasta la entrada del bloque 32 de la Universidad, prometiéndole que después hablaríamos con detenimiento. Por obligación, tuve que atender otro tipo de compromisos.

Dijo que en el evento, iba a hablar con las directivas del alma mater para saber todo lo relacionado con su hospedaje. Creía que su alojamiento estaría por los lados del centro de la ciudad. Algo así le habían dicho.

Quedamos en esos términos. Intercambios de números celular. Y hasta otra vista. Supe después, que no entró a la sala donde supuestamente haría su presentación. Fue directamente a la alcaldía local a buscar a alguien. Ni lo atendieron. Se devolvió a la U. El evento estaba terminando. Bastante díscolo resultó ser el poeta, teniendo en cuenta su considerada edad.

Entrando la noche, llamó Sefair. Pobre viejo, sin hospedaje. La Universidad no se pronunció de manera positiva, dejándolo a la deriva. Como siempre, no desentona mi querida la UT. Y lo peor, con 10.000 pesos contaba.

No me cabía en la mente que este poeta comenzara a recorrer las calles ofreciendo sus libros, que en sí, superaban los 5 ejemplares. ¡Y los vendía a 30.000 pesos el pobre pillo! Claro, no iría a vender ni uno, más a estudiantes que les preocupa más un vallenato que un libro de poesía.

Aunque con esa calidad, no se sabía a ciencia cierta qué era peor. Yo creo que ellos prefieren la música y la bebida. Les cuesta leer a veces. Pensaría que no leen por recomendación médica, no vaya y les dé un derrame cerebral tan jóvenes. Con todas estas calamidades, estaba la posibilidad de ofrecerle hospedaje. Sin duda, aceptó.

Antes de eso, fuimos a un restaurante. Luego de cenar, y al calor de unas cuantas cervezas, hablamos de literatura. Gratificante la charla. Cervantes, Baudelaire, Kafka, Cesar Vallejo, Gómez Jattin y otros sobresalieron.

También me interesó los relatos sobre cuestiones que desconocía de los judíos –mi tesis de grado gira en torno a ese tema– sobretodo, elementos de su cultura y religión difíciles de saber por cuenta de ellos.

De paso, dijo ser descendiente libanes, y poseer en su sangre una cultura basta en conocimiento de las letras. No conjeturo, a lo mejor, tiene razón. Ahora, volviendo al tema literario, me comentó de un poema “maldito” de Rafael Pombo escrito en EEUU y que Colombia lo negó por ser hereje y distorsionador de las buenas costumbres.

Sefair se sabía el primer párrafo. Es extenso, en realidad. Para él, el mejor poema que se había escrito por un colombiano –fue una fortuna la no postulación de sus creaciones, aunque tuvo la intención de hacerla con Jaque a la locura–.

Me pareció curioso que de León de Greiff no tuviera valoraciones. Así son los escritores: envidiosos, egoístas y pendencieros entre ellos mismos. En el epilogo de este encuentro semi - bohemio, me comentó sobre un proyecto en ámbito de la literatura colombiana: consolidar una poesía que explore la Violencia; algo así como “la poesía criminal en Colombia”. Bastante ambicioso, lo acepto, pero las consideraciones puestas sobre el tema son interesantes.

Hubo una buena disertación. Comenzó a llover. Algo atípico en esta ciudad veranera. Llegamos a mí casa. Pudo instalarse cómodamente, en medio de la modestia del sitio. Amaneció. La urgencia estaba en llegar temprano a la Universidad, hablar con las directivas, sobre su caso, y en lo inmediato, presentarse al recital.

Tampoco hubo tal escenario de representación. Las directivas del centro educativo volvieron a quedarle mal. Creo que ni lo tenían en la lista de ponentes para ese día. Dudo que estuviera en el de la semana.

Por lo menos, no lo vi en las programaciones. Mientras tanto, ni se inmutó y por ahí se entretuvo caminando en la U, sentado de banca en banca. Luego, tras recordar que sus 10.000 pesos quedaron en nada por lo de la cena y las cervezas, empezó su tarea de vender libros. Nadie quería comprar. Me contaron eso luego.

Se acercaba el medio día. Tenía que estar en Bogotá antes de las 5pm, una cita con el abogado para llevar un caso jurídico. No volví a saber nada de él. Fui a preguntar a la biblioteca y no me dieron respuesta. Supongo, vendería un libro para pagarse el trasporte.

Lo único cierto es que don Miguel Ángel no bajaba el precio de sus ejemplares. “30.000 pesos, eso valen. Eso vale mi arte” decía cuando traté de persuadirlo a una rebaja. “Mire poeta –rótulo bastante complejo de llevar– que la gente aquí es cerrada para la compra de libros” le decía, y él señalaba: “Juan, así son.

Pero no puedo dar rebaja a mi creación. Es un precio justo”. Terco. Creo que al menos, vendería uno, eso le serviría para volver. Sefair, así como llegó se fue. Con más pena que gloria.

No me obsequió un libro de su producción, y pienso que ni yo hubiera querido aceptarlo. Por esta razón, Usted no encuentra citas o fragmentos de poesía de Sefair en este texto.

Si lo prefiere búsquelo en Internet, que todo lo sabe y todo lo puede. Será en vano. La única opción es una librería o en su defecto bibliotecas. De pronto tiene suerte. Lo que si pude hallar, fueron diversas facetas en torno a la vida “corriente” de un escritor. Sus aflicciones, penurias, esperanzas. Por ahí me insinuó la necesidad de gestionar un Honoris Causa, a su nombre.

Del mismo modo, válido, luego de esto, lo complejo de tratar con escritores. Es mejor la distancia medida con prudencia, en aras de evitar compromisos con ellos a la hora de hacer la crítica.

No es pertinente que el crítico y el objeto de estudio –obra/escritor– formalicen un tipo de amistad malsana, en donde vienen injustificadamente los elogios forzados, valoraciones dudosas y otros fenómenos que por el bien de la Literatura y el Arte es mejor evitar.

Tiene razón, de nuevo, un amigo contertulio: Tomar distancia es lo ideal en estos casos. Así como la Universidad del Tolima, y en general, Ibagué en Flor, amargamente lo hizo con él.


Juan Carrillo
juanelcaibg@gmail.com