martes, 2 de junio de 2009

ACTUALIDAD DE MAMBRÚ

Ahora que los norcoreanos han decidido reactivar la carrera armamentista en Asia, recordé la novela Mambrú de R.H. Moreno Durán. En ella se expresa la posición que tuvo el país en la guerra de Corea de 1952, cuando bajo el gobierno de Laureano Gómez, varios soldados colombianos fueron en “apoyo” de tropas extranjeras, más como carne de cañón que como verdaderas piezas importantes en la contienda.

Cuando la leí me divertí desmasiado con la historia: un historiador desea recrear las vicisitudes de su padre, un héroe de la guerra de Corea, a partir del testimonio de varios de los veteranos que estuvieron con él en el frente de batalla. Allí se van desgranando los renglones más importantes de la historia política pero también de la personal del protagonista: por un lado, la manera como Laureano se congraciaba –enviando colombianos a las trincheras asiáticas- con Estados Unidos, tratando de atraer la mirada de la potencia mundial; también se cuenta la falta de convicción política de los soldados que viajaban al frente de batalla, huyéndole a la violencia política bipartidista -que en el gobierno de Gómez se recrudeció- más que pensando en luchar por la libertad del ser humano; por último, se descubren –todo a partir de sugerencias- las verdaderas razones de la muerte del padre del historiador: un triángulo amoroso homosexual lo llevó a recibir un disparo de uno de sus propios compañeros de tropa.

Mambrú es una de esas novelas que invitan a reconocer la historia nacional y mundial y acaso gracias a ella entiendo hoy por qué los norteamericanos están tan preocupados por las pruebas de Corea del Norte. Sin embargo, pese a mis afectos y a los constantes y merecidos elogios por la obra de Moreno Durán, la relectura de Mambrú me ha dejado un sin sabor.


Por un lado, se percibe mucho el sesgo ideológico frente al gobierno de Laureano a quien describe con imágenes caninas y monstruosas: se entiende que para la mayoría de sus opositores, el gobierno del dictador civil haya sido nefasto, pero aburre un poco cuando la novela se pone en plan de denuncia.

De otra parte, si bien es cierto que los malabares lingüísticos de Moreno Durán son de un humor fino –la tragedia sobre el Chimbo-raso, la godorrea, para solo recordar dos ejemplos- algunas de estas salidas, en boca de personajes, se vuelven inverosímiles: está bien que el narrador domine el lenguaje hasta el punto de poder ser creativo y producir humor, pero que sus criaturas tengan de repente ese don, suena un tanto impostado.

Pese a esos elementos, que destruyen un poco el poder de esta ficción, la preocupación de R.H Moreno por recrear una nueva historia colombiana a través de la lectura de la novela, se cumple a cabalidad. Es un lugar común ya en la tradición de la novela colombiana que exista una vertiente preocupada por recuperar hechos del pasado para reelaborarlos desde una mirada más crítica. Obras colombianas como Ursúa y El país de la canela, Los pecados de Inés de Hinojosa, o La ceniza del libertador, para no agotar las listas de siempre, vuelven su visión a nuestra historia.

Entiendo que son diferentes las situaciones y que hoy en día hemos comprendido algunos de nuestros errores, pero, por si acaso, es necesario recordar la lección de Mambrú: para obtener prebendas de los norteamericanos (¿un TLC por ejemplo?) no se debe sacrificar la vida de colombianos que viajen al frente de una guerra que no entienden; que a ninguna inteligencia superior se le ocurra enviar compatriotas a norcorea: ya tenemos suficiente con lo que vivimos internamente.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Moreno Durán, R.H. Mambrú. Bogotá: Santillana, 1996.

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