jueves, 31 de diciembre de 2009

UN CANTO UNIVERSAL A LA SOLEDAD

“Hoy he estado solo sin ti
Mañana el día estará solo sin nosotros”
Jorge Ernesto Leiva

Desde siempre los seres humanos hemos sido víctimas del tiempo y sus enfermedades. El olvido y la muerte están a la orden del día. Pero también lo está la soledad, con su mirada soñadora y su sonrisa gris, presta a posarse en nuestro pecho cada vez que el tiempo nos arremete con sus giros inesperados.


Y yo me pregunto entonces ¿Quién sobre la faz de la tierra no ha sentido anidar en su esqueleto el letargo de la agridulce soledad? Esa enfermedad silenciosa que nos exilia en nuestras propias entrañas y nos invade con su nostalgia o con su agitada espera.

La respuesta es obvia… y lo es más aun, cuando topamos con obras literarias como Poesía de ausencia del recientemente fallecido poeta tolimense Jorge Ernesto Leiva, quien nos brinda a través de sus versos, una mirada profunda por los lugares más inhóspitos de nuestra aclamada y odiada soledad.

Este título compuesto por 14 poemas es uno de los apartes del libro Diario de invierno publicado en 1992. Dichos poemas representan un recorrido placentero y conmovedor por las distintas rutas del abandono y la ausencia que habitan potencialmente en todo ser humano.

En cada uno de ellos, el poeta sabe transmitirnos el vacío que deja a su paso el tiempo, bajo los rostros de las más diversas circunstancias. Sea la ausencia que palpita cada vez que abrazamos las cenizas de un pasado ya imposible como en aquel poema donde dice:

“Madre se que la casa está muy sola
Pero voy a golpear
Para que tú me abras
Qué más puedo hacer
Si aun tengo derecho a la fantasía”

La del hombre que adolece de compañía y entonces clama:

“Déjame levitar sobre tus olas
Y vivir en el letargo de tu brujería
Llenar tus sitios y tus fechas
La posibilidad del crepúsculo
Y la cita previa de las expectativas
Déjame
Vencer esta inútil paz improductiva”

O simplemente el ansia que nos invade cuando esperamos de vuelta a la vida cifrada en quien se ha marchado:
“Siguen pasando los días y los días
Abriendo sus ventanas de cielo
Y yo solo muy solo
Con un viejo recuerdo
Aspiro de nuevo el abrigo de palpitaciones infinitas
Quién supiera este dolor
Quién lo compartiera conmigo repartido en canciones
Cuelgo en un lucero
Mi sombrero de angustia
Y me voy sin olvidar la cita vesperal
Donde no la encuentro ni en la noche ni en el mar”

Como bien hemos podido observar en estos fragmentos, Leiva consigue por medio de un lenguaje fluido y libre de artificios pretensiosos, que cada una de sus palabras goce simultáneamente de la simpleza y la complejidad. Lo cual deja como consecuencia, una poesía rica en imágenes cotidianas sublimadas, que nos sumergen en la experiencia viva de la ausencia.

Por otro lado, es importante resaltar la capacidad del autor para abordar dicha temática desde una amplia variedad de posibilidades, que le permiten explorar a cualquier lector, los distintos matices de esta condición humana a la que estamos expuestos por parte del desamor y del tiempo.

Siendo así, estamos ante uno de los mejores poetas colombianos. Un poeta sabe esbozar de manera magistral un retrato desnudo de la soledad, en el cual se logran ver reflejadas todas las experiencias de los que alguna vez la hemos padecido, es por ello que podemos tener esta certeza: “poesía de ausencia” es sin lugar a dudas, un sentido canto universal a la soledad, que nadie debería pasar por alto.

Damian Guayara Garay

Ficha del libro:
LEIVA, Jorge Ernesto. Poesía de ausencia. En: Diario de invierno. Bogotá: Letra capital colección de poesía, Ediciones Tiempo Visible, 1992.

domingo, 27 de diciembre de 2009

LA OTRA INFAMIA

Quizá uno de los factores que más ha influenciado la literatura colombiana se encuentra enmarcado en las décadas de 1950 y 1960. Resulta evidente por la fecha saber que la violencia bipartidista potenció la creación estética, en especial en la narrativa, que permeada por el acontecimiento histórico, se abrió en infinidad de narraciones y de historias que se tejen alrededor de las crueldades y sin sabores de la guerra y la crisis del momento.

También conozco algunas de las historias que tuve que oír sobre esos tiempos de la boca de mi abuelo materno, quien lleno de tristeza y de recuerdos –que estoy seguro traía olores, imágenes de putrefacción y cuerpos desmembrados- contaba que por allá por esos años en Boyacá, en una de sus veredas, y siendo el un acérrimo liberal reconocido, había tenido que manejar las volquetas del liberalismo, y no porque estuvieran llenas de tierras de progreso, sino porque estaban atestadas de cuerpos de conservadores muertos.

Estas historias son demasiado comunes en boca de muchos, pero escuchar que mi abuelo tenía un pasado deshonroso y comprometido con lo que somos hoy, marcaba para mis oídos algo que hasta ahora me había atrevido a contar. Precisamente leyendo un compendio de cuento que promocionó la alcaldía de Ibagué para que los niños y niñas escolarizados se acerquen a la literatura me encontré con un cuento de un escritor tolimense que refiere una anécdota similar.

José Alejandro Pinzón Ríos es el escritor que aparece en dicha antología con un cuento titulado La otra Infamia. Es licenciado en ciencias Sociales y Especialista en Filosofía, razón que me da a entender el por qué, después de tantos años, la violencia bipartidista continúa siendo objeto de escritura.

El cuento como tal está inspirado en la historia de un joven de la ciudad de Alvergué (cosa que parece ser la intención del autor por incluir tanto a su natal Alvarado con la ciudad que lo vio crecer y en la que suceden los acontecimientos) que después de muchos años de escuchar la misma historia sobre un hombre que se sienta en una fuente a recordar la misma agua en la que le tocaba desaparecer a los muertos en viajados de volqueta, decide comprobar qué tan cierto es y para ello se acerca al hombre mismo, quien por motivos de la narración no recuerda casi nada más allá de lo que el joven ya conoce, pero que lo remite a otros personajes que contribuyen a la generación de sentidos y la estructuración del argumento de la historia.

Es interesante el argumento y la forma de presentación de los hechos y acontecimientos del cuento, pues a medida que se avanza se configura la historia y la voz del primer personaje, es más, se configura como personaje, pues ya en el inicio eran tantos los vacíos para el lector que apenas se logra mostrarse como un personaje plano, para desencadenar en un personaje redondo y perfectamente concebido.

La presentación por partes se sustenta precisamente en lo fragmentario y disoluto que es el pasado colombiano de esas décadas. Mucho se habla y se historiografía sobre ello, pero hacer de un acontecimiento más de esa historia algo que se enrede con lo filosófico y con los ciclos repetitivos de los estoicos es realmente interesante y digno de ser reseñado.

Reconocer en el hombre de la fuente a un pensador, y en el joven personaje de Alvergué a un filosofo que deduce magistralmente toda una interpretación acerca de lo que cuenta a medio labio el viejo, y que se detiene para analizar las ondas producidas por las gotas de agua al caer en la fuente.

Llevar por medio de un juego discursivo bien logrado, a la conclusión de que las ondas de la fuente son las mismas ondas que se llevan uno a uno, como gotas, a los muertos del río y de la patria, con lo que se mete en la tensión la frase de Van Gogh que sirve de epígrafe: La vida es probablemente redonda.

Con sobriedad incorregible, o una versión curtida por la costumbre de contarla, aquel hombre me refirió, de entrada, que en la época bipartidista de los años cincuenta del siglo veinte, los muertos eran arrojados al río, y que formaban ondas semejantes a las que él mismo había provocado en las piletas del parque Centenario del antiguo Alvergué cuando de niño les lanzaba piedras.

En este cuento, podemos reconocer que la historia del bipartidismo en Colombia está cargada de innumerables anécdotas que tarde o temprano comprometen a la nuestra, y que es imposible no reconocer que nuestra historia se teje alrededor de los hechos históricos que la han conformado, para bien o para mal, y para deducir que esta, nuestra historia, como en un ciclo de eternas repeticiones, y aludiendo a Borges, es la historia irreconocible de la otra infamia.

OMAR GONZÁLEZ

FICHA DEL LIBRO:
Alcaldía de Ibagué: En Ibagué está primero el placer de la lectura. Agustín Angarita (seleccionador de textos) edimpresos 2008, pag. 123.

jueves, 24 de diciembre de 2009

UN PAÍS QUE SUEÑA DE AURELIO ARTURO

Tan misteriosa como la calidad lírica de Aurelio Arturo, es la llegada de este libro a mis manos. No recuerdo ahora de qué biblioteca de amigo lo rescaté, o quien, en un entrañable gesto, me lo regaló para que lo disfrutara. Lo he releído con un poco de esa inquietud que despiertan viejos buenos libros, que queremos redescubrir bajo el lente de las sensaciones actuales.

La edición es también extraña y creo ya descontinuada: pertenece a los Cuadernos de poesía del Instituto Colombiano de Cultura, y la versión que tengo la pueblan unas hojas amarillentas y en ocasiones mal cortadas. Preparada por Santiago Mutis Durán, esta edición cuenta con diez poemas y un prólogo alejado de terminologías académicas, como los que solía hacer el también poeta colombiano Fernando Charry Lara.

No quiero insistir en algunas de las valoraciones realizadas a la obra de Aurelio Arturo, aunque es importante tenerlas en cuenta: poeta que canta a la naturaleza con una extraña armonía, que nos recuerda las hojas y el viento, los ríos y salidas del sol, de un país recóndito, de ese sur de Colombia del cual provenía. Poeta sobrio, de una musicalidad tan certera como el mismo sonido de la naturaleza sin tocar, y tan preciso en las imágenes que es difícil no percibir, con todos los sentidos, los mundos que construye desde la palabra.

Quisiera ensayar aquí otra lectura, a la luz de las coyunturas actuales: gran parte de los poemas de este libro nos reconcilian, especialmente a los colombianos, con esa atmósfera campesina de una virginidad excitante, ese lugar de selvas inhóspitas y de bosques laberínticos que, querámoslo o no, se ha convertido en ocasiones, en refugio de los grupos ilegales. Esas “tierras de nadie” como las llama la voz poética, han sido manchadas hoy por la sevicia y la indolencia. Qué diferente es la mirada de Aurelio Arturo cuando desde sus versos afirma:

Oíd el canto dulce de las tierras de nadie.
Tanta belleza es cierta, viva, sensual,
Sencilla,
No obstante, todo aquí habla de otras
Tierras más dulces,
Todo es aquí presencias y hablas de
Maravilla

Estas imágenes con las que inicia el libro, dan un nuevo y a la vez mítico matiz a esas zonas olvidadas de nuestra geografía, en las cuales se deteriora la vida de cientos de colombianos. Parece un país imaginario, lleno de la armonía de los cantos de las aves, del sonido de la lluvia sobre las ramas de los árboles, o del ulular del viento en espesos ramajes. Es un país como “una casa grande entre frescos ramos”, una nación llena de “ilusorios países de la nube” un territorio en el que “los ríos bajan del cielo”.

¿Un país imaginario? Sólo si lo vemos desde este presente lleno de confusiones y conflictos, sólo si los salpicamos con el veneno de las armas y la vileza de las promesas incumplidas. Es un país irreal para quienes lo esquilman, lo utilizan como refugio de sus bajas pasiones o para quienes se lo disputan, sin respetar su grandeza y su misterio.

El país que sueña Aurelio Arturo no tiene nada de vana fantasía. Las palabras con las que lo expresa en este libro, nos reconcilian con el mundo del campo, y nos devuelven un recuerdo o la sensación de que aun tenemos mucho por ganar: un mundo de hojas frescas, de una tranquilidad irrompible y de muchos olores agradables.


Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Aurelio Arturo. Un país que sueña. Bogotá: Colcultura, 1982.

sábado, 19 de diciembre de 2009

LOS RONDELES DE LEÓN DE GREIFF

Creo hallarle un sentido a una parte considerable de Tergiversaciones de Leo Legris, Matias Aldecoa y Gaspar, en momentos como estos cuando exploro diversidad de voces poéticas que en nada pueden referirse de una manera impactante a la cuestión de eso que algunos dieron en llamar “amor y desamor”.

Y es que cuando esta etapa de debilidad humana llega de una manera inesperada, las palabras se esconden dando paso a la incertidumbre. El ser humano busca el resguardo en algo o alguien. Unos se van por la bohemia, otros se hacen amigos de la música sensiblera y comercial en algunos casos, y otros en la poesía o en arte.

Bien lo leí de una amistad bogotana, hace unos meses: “nosotros los cachacos (“rolos” también), cuando nos pasa una pena de ese tipo, nos refugiamos en la poesía, y hasta intentamos escribir con amargura… Un costeño, en nuestro mismo caso, compone un vallenato y se tapa en plata.” Y es ahí donde uno se pregunta quién tiene más fuerza de universalidad lírica entre María Mercedes Carranza por ejemplo o, Diomedes Díaz. Indudablemente, la respuesta salta a la vista, aunque con fenómenos como los de comercialización, cualquier cosa puede suceder.

En estos avatares, retomo, se hace necesario el refugio. Aquí plantearía los versos de De Greiff. Se puede encontrar en ellos, una voz que habla a esa mujer renuente, utilizando la figura del
rondel, entendida como una “…composición musical escrita de ordinario para tres partes vocales; tuvo gran boga en la alta Edad Media, y solía formar parte de los milagros o representaciones litúrgicas.1” *.

En la propuesta del poeta colombiano, se guardan los componentes formales del rondel, en lo que respecta a la musicalidad, armonía y rima. Eso sí, evitando las cuestiones religiosas convencionales. Ante todo, son cantos melancólicos ofrecidos a esa mujer indeterminada, que el cantor trata vanamente de “endiosar”, fragmento tras fragmento.

Las 15 composiciones cortas de De Greiff recrean los innumerables pesares para con esa “Señora, Dama, dueña de mis votos” (Rondel II). Sus rondeles se direccionan a plantear la debilidad que corroe al poeta tras recordarla y de paso, validan el por qué es importante decirle por medio del lenguaje poético sus pensamientos más sublimes.
Encontramos en estos piezas: alusiones al ser femenino: “Tus manos inasibles, tus dedos ahusados, // y tus cabellos –¿piélagos ignotos?– // Cuándo veré tus ojos encantados, // y oiré tu voz de ritmos sosegados…!” (Rondel II); cantos a la desilusión, luego de sentir que todo vale nada: “Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue… // dejemos al amor y vamos con la pena, // y abracemos la vida con ansiedad serena, // y lloremos un poco por lo que tanto fue…” (Rondel IV); convicción absoluta sobre su sentir: “Cuando su gracia pura evoco // –entre mis farsas de un barroco // gusto, o mal gusto– loco y loco // yo nada quiero de la vida sino a mi dulce prometida // lejana! (Rondel XI);declaratoria a la mujer con la que nunca será feliz: “ No ves?... Se frustraron los sueños rientes… // Nuestro amor fue un mito de la fantasía… // (Si te ponen miedo mis ojos ausentes, // mis ojos noctámbulos, mis ojos dementes…!) /// Yo canto a una novia que no ha de ser mía” (Rondel XIII)

Este particular cuadro, refleja los rasgos de esa mujer. Tras su efigie, se esconden innumerables vestigios de un pasado, presente y futuro que ciñe el destino del yo poético. Este, ha sido un nimio ejemplo presentado de aquellos rondeles que pudieran ser el medio estético por el cual podría cantársele a la vida los pesares de un ser sumido en la mas infinita congoja, en espera, quizá, de una respuesta.


Juan Eliecer Carrillo

1. Neuman, Hans Federico. “Introducción a la música española del Renacimiento”. Publicación digital en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. Búsqueda realizada el 10 de diciembre de 2009.

*nota: algunas páginas no tienen editorial y año, estamos en proceso de incorporar esos datos.

lunes, 14 de diciembre de 2009

AL CALOR DEL TROPEL

“Aunque poco es el ropaje que me reviste cuando estoy frente a ti, voy a seguir despojándome de todas mis prendas. Así seguirás viendo las vergüenzas de las que me enorgullezco”.
Gabriel Bermúdez

Gracias a una compañera muy cercana, llegó a mis manos. Se trataba de un libro algo singular, pues poco – diría yo – se encuentra en las bibliotecas o dispuesto para la venta. De hecho, es muy difícil conseguirlo.


Creo que los pocos ejemplares existentes se encuentran en los anaqueles de quienes sentimos alguna simpatía por la historia del movimiento estudiantil o, en algún momento, nos involucramos en su turbulenta dinámica.

El texto al que me refiero se titula Al calor del tropel, del profesor universitario Carlos Medina Gallego. Desde su punto de vista “es una crónica novelada de la historia del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional en la década de los sesenta”. Sin embargo, e independiente de la denominación con la que el autor etiqueta su libro, este ofrece varias historias que se soportan y tejen un episodio histórico en la vida del sector.

Cada vez que leo y releo las vidas contenidas en su interior, me lleno de nostalgia. No precisamente porque me vea en algún personaje. Por el contrario, me remonta a ciertos acontecimientos propios de la vida universitaria y, en particular, del movimiento estudiantil, los cuales se repiten casi de forma cíclica e interminable: la fila en la cafetería; las reuniones, discusiones entre organizaciones y asambleas; la militancia política; las jornadas de carteles, murales y pintas; los mítines, marchas y tropeles…

Esta remembranza, inevitable por la lectura del texto, hace aparecer a Manuel, Omaira, el Negro, Antonio, el Mono, Ismael, Gloria y otros. Cada uno parece una historia aparte, pero poco a poco van relacionándose. Para ello, el autor divide el libro en tres: la primera parte se la dedica a la presentación – por así decirlo – de los personajes; en la segunda centra su atención en los problemas de cada uno, los cuales son a su vez los conflictos de todos (ya que son o están cercanos al activismo de aquel entonces); y la tercera parte se la consagra al desenlace de cada historia y, en general, a precisar la del movimiento estudiantil.

No puedo negar que junto a la aflicción trasmitida por el texto, el empleo de los recursos narrativos me llama bastante la atención. Estos le ofrecen dinamismo al relato por cuanto favorecen la simultaneidad de las historias; sobre todo porque controvierten la estructura secuencial de la crónica sin desnaturalizar su propósito. Además, privilegian descripciones certeras sobre situaciones tensionantes o eróticas y enriquecen el universo del texto con algunas figuras retóricas que le permiten al autor decir cosas comunes con otras palabras.

No obstante, y por encima de los sentimientos que me suscita el libro, debo destacar algunos lugares comunes en los que este sumerge, los cuales impregnan las historias de los personajes con simplicidades obvias o de expresiones propias del “mal gusto”, es decir reiterativas, con exceso de calificativos y que lindan con algunas manifestaciones algo burdas del lenguaje coloquial.

De igual forma, las vidas entregadas al activismo y la militancia política sin contradicción mayor, empantanan a la mayoría de los personajes con certezas y verdades absolutas. Por más definidos que parezcan, su valía – se supone – debe radicar en la capacidad de enfrentar las dicotomías propias de la existencia humana. En ocasiones se puede apreciar un ápice de esto y sólo en algunos de sus personajes, quienes en el marco de su actividad política tienen que enfrentarse, por ejemplo, al amor.

Estos detalles, aunque representen falencias para el texto, no le restan contundencia a la intención de Carlos Medina Gallego. Eso de partir de sucesos reales, al mejor estilo de un buen cronista, pero organizándolos de tal manera que no se ciñan estrictamente la estructura de una crónica, le otorga valía al libro. Fundamentalmente porque hay una experimentación a la hora de escribir un texto sujeto a los parámetros de la realidad, pero sin la pretensión de ser plenamente objetivo.

En este sentido, la etiqueta con la que Carlos Medina Gallego denominó su libro, se ajusta a la pretensión de no ubicarlo plenamente dentro del ámbito literario. Sin embargo, debo reconocerlo, no sé hasta qué punto valorarlo como una “crónica novelada”, en tanto dicha denominación – hasta el momento – carece de un fundamento sólido. Por el contrario, considero necesario ubicarlo dentro de la crónica literaria, mas cuando tiene el merito de ser un texto narrativo organizado de conformidad con sus lineamientos y apela a un tratamiento en la forma y el lenguaje que le otorga visos literarios.

Además, es justo decir que, independiente de las remembranzas provocadas en quienes transitamos por el camino del movimiento estudiantil, es un libro que merece lectura. Quizás porque presenta una propuesta novedosa, o de pronto para ser cuestionado o analizado, o tal vez para hacer un barrido por los nostálgicos lugares de la Universidad Nacional y acercarse, desde un punto de vista no oficial, a una parte de la historia de lo que aconteció en el seno de las universidades publicas.

Escrito por:
Gabriel Bermúdez

Ficha del libro:
Medina Gallego, Carlos. Al calor del Tropel. La U.N. Crónica de una década. Alquimia ediciones. Bogotá. 1992. 210 paginas.

jueves, 10 de diciembre de 2009

“UN ESTÚPIDO ROMPECABEZAS” QUE CAUTIVA

Siempre que abordamos una obra de arte, no sólo ponemos a prueba los sentidos, imaginación, experiencias e ideas, también ponemos en juego los criterios con los cuales se sustentan nuestros juicios personales de valor.

Para mí por ejemplo, no existe nada más valioso en una obra artística (de cualquier naturaleza) que su voluntad de estilo, es decir, esa búsqueda permanente de una voz propia que suele desembocar en aventuras estéticas innovadoras y originales.

Otros se inclinarán, a diferencia de mí, por obras que se caracterizan en contener la esencia de lo clásico. En el caso de la música, por ejemplo, vemos cómo unos aplauden a los artistas que se destacan por la experimentación o la transformación de parámetros establecidos, pero también encontramos a aquellos que apoyan los difusores de ritmos y géneros consolidados por el tiempo y libres de cualquier alteración.

En la literatura pasa igual: existen, para todo buen lector, algunas condiciones que determinan cuándo una obra es o no de su agrado, cuándo un texto es bueno o merece que se le llame literatura.

Con esta introducción, en esta ocasión hablaré de una pieza que, por su extraña naturaleza, es difícil de definir. Se trata de una especie de relato de corte autobiográfico leído por el irreverente escritor Efraím Medina Reyes durante el encuentro de escritores y editores organizado por el Banco de la República en el año 2004.

El escrito lo encontré cuando me disponía a recolectar información sobre este autor con el propósito de reseñar uno de sus cuentos. Una vez leí este inusual texto titulado “Las noruegas piden demasiado”, no dudé en remplazar el objeto de mi reseña, ya que encontré en este último hallazgo, un camino acaso más provocador y eficaz de invitar a la lectura del cartagenero.

El asunto del texto es sencillo. Medina se dispone a hablar de sí mismo y para ello parte de una idea “Estoy hecho de pedazos al igual que mis novelas y trato de armar el estúpido rompecabezas para saber quién rayos soy”.

Esto nos explica, luego de analizarlo detenidamente, por qué este escrito se encuentra dividido en tres partes y cada una de ellas está compuesta de varios comentarios numerados, que en apariencia no guardan ninguna relación entre sí, de no ser por esa idea de la cual ya estamos advertidos en este párrafo.

Dicho escrito, que parte de la necesidad de narrar una “precaria y vertiginosa vida” se quiso semejante a su autor y, por tal razón, es caótico y desmesurado. En él encontramos toda clase de información sobre Medina, desde sus posturas y gustos, pasando por la revisión de su estilo y obras, sus concepciones sobre el lenguaje y la escritura, hasta llegar a anécdotas y datos propiamente biográficos, entre otras tantas cosas que jamás alcanzaría a abarcar en esta reseña. Un rompecabezas que nos envuelve desde el mismo título, el cual en apariencia, no parece tener correspondencia con ninguna de las partes del texto.

Además de su estructura no convencional y su palpable humor sarcástico, “Las noruegas piden demasiado” se caracteriza por ser un texto que a pesar de renunciar a “ese pomposo ataúd llamado literatura” como medio de su expresión, es rico en recursos literarios que se confunden y matizan con un lenguaje fresco y cotidiano que a primera vista no es estético.

Pero luego de revisarlo desde un plano general, revela un trabajo que lo hace difícil de apartar del ámbito literario, cuando no, de despojarlo del reconocimiento de sus virtudes como texto crítico y reflexivo:

“1 Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de la humanidad: cuando dice que escribe para sí mismo y cuando dice que escribe para los demás. Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de los escritores: cuando dice que no le importa la crítica y cuando se enfurece con la crítica. Hay dos formas en que la estupidez de un crítico resulta insuperable: cuando escribe sobre el libro que le parece estupendo y cuando escribe sobre el libro que le parece horrible. Escritores y críticos pertenecemos a la misma raza estúpida y servimos, en todos los casos, a un único amo: el editor”

Junto a fuertes sarcasmos que intentan herir las susceptibilidades más conservadoras, como los que dedica a editoriales, premios literarios y autores de prestigio como García Márquez, y Fernando Botero -de quien dice que “Algún día alguien fundirá esa basura y la convertirá en útiles tapas para alcantarillas” para referirse a sus esculturas- aparecen ingeniosas comentarios que bien podríamos tomar como frases célebres:

“Crecí, como la mayor parte de mi generación, con las ansiedades del primer mundo y sin ninguno de sus privilegios. Soy otro hijo bastardo del imperio yanqui”

En este orden de ideas, quien quiera acercarse a la obra de este escritor colombiano, no debe pasar por alto este simpático texto que fuera de ser una fructuosa introducción a su vida y a su estilo, es un texto literario en sí, que sabe combinar el lenguaje convencional con la creatividad y hacer de lo que quizá fuera una aburrida u ortodoxa biografía, un estúpido rompecabezas que nos hace reír y pensar, a la vez que sacude nuestros criterios más rígidos a la hora de aplicar nuestros juicios de valor. Ahora sólo queda que ustedes pongan sus criterios en juego…

Damián Guayara Garay
Encuentre el texto reseñado en el siguiente enlace:
http://www.resonancias.org/content/read/320/un-texto-vitriolico-y-un-cuento-erotico-del-escritor-colombiano-efraim-medina-reyes/

sábado, 5 de diciembre de 2009

DE GATOS Y POEMAS.

"Soy Pink Tomate, el gato de Amarilla. A veces no sé si soy tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan los tomates”.

Rafael Chaparro.
Opio en las nubes.

Desde hace aproximadamente seis meses que refugié esa obstinada vaina de vivir solo en la figura de un gato. Bueno he de decir que cuando yo pensé que era macho resultó ser hembra la muy timadora, pero igual, para cuando descubrí la farsa ya me había acostumbrado a su presencia nocturna, sus chillidos espantosos por comida y sus lametazos a las cinco de la mañana, otra vez por comida. Así que no hubo más que permitir que se quedara acompañándome.


A estas alturas ya se preguntaran qué importancia tiene que un cínico posea una mascota y pretenda hablar de literatura colombiana empleando como preámbulo un triste gato, que entre otras cosas no es ni de raza ni se alimenta con altura.

Pues bien, tiene tanta relación como importancia, porque hace meses –y de esto ya existe una reseña- me regalaron una antología de poesía colombiana en la que aparecen los ganadores de los concursos departamentales de poesía, y en la que se encuentra, entre otras cosas, la proyección de los nuevos poetas y sus visiones sobre la escritura y el mundo.
Es en este libro donde me encuentro de cara con una poesía llena de acertijos, de juegos intelectuales, de nuevos reconocimientos y de otras formas, sobre todo aquellas que desbordan en minimalismos y en comparaciones, tal y como lo manifiesta la palabra poética de Francisco Javier Gómez Campillo, poeta del Cauca y Licenciado en Español y Literatura de la universidad de la región.

Resulta trascendental que cuando en medio de mis noches aparecía la gata con sus ojos refulgentes y abismales no quedaba de otra que resignarse a quedar metido entre las cobijas soportando el ataque de la bestia contra los inocentes pies descubiertos. Ese hecho me revelaba tan frágil y sumiso que entonces, y sobre todo en los tres últimos meses, estuve muy dado a creer que la mascota de Itzae –así se llama mi gata- era yo.

Recordé en una de esas fructíferas cavilaciones que en las páginas de la antología había un poeta que hablaba de los gatos y que me era preciso acercarme a sus poemas para ver qué relación existía entre su fijación por los felinos y mi tormento nocturno, así como también me recordó la lectura de Opio en las nubes.

Para sorpresa mía, hallo en la poesía de Francisco Gómez no sólo una evidente inclinación por los mininos, sino que los pone en juego con otros elementos de la habitación como las ventanas, los espejos y la noche misma, configurando una propuesta que recoge el sentido de cada cosa como centro de un universo en el que ella misma es la periferia de otro centro, de otro universo y así, hasta que se pueda imaginar la mente cansada y parca de los que poco imaginan, para terminar en el universo de un gato que lo contempla todo en medio de una aparente ceguera.

“Y sé también que mi gato es ciego para muchas cosas,
Pero de algún modo su ceguera lo contempla todo”.

Diálogo de las ventanas es el nombre que recibe el poemario ganador del permio departamental de poesía en Cauca, compendio de catorce poemas estructurados a partir del verso libre y sin mucha preocupación por la estructura, pero con profundidad en los versos y en las imágenes. Ellas expresan la insignificancia de cada cosa ante las demás y, a la vez, la importancia de las pequeñas cosas para lo macro, como en un juego que revela, al decir del prologuista, el pleno conocimiento del Budismo Zen del autor.

“las nubes… son blancas y diminutas como la leche que lame el gato
Son negras y vastas como las pupilas del gato en la noche.”

En estos versos se potencia la verdadera imagen poética, sin pretensiones de ilustración o majestuosidad intelectual: sólo la imagen cuenta, la sencillez de una escritura que demuestra madurez en las ideas y que por lo mismo hace que el lector otorgue mayor trascendencia a cada palabra, porque también el lector reconoce que en su cotidianidad, gracias a la revelación de la palabra de Francisco, todas las cosas mínimas son objeto de absolutas reflexiones, como me sucede a mí.

Puede que mi gata no tome leche, pero sí bastante agua; tal vez no pueda devorar impaciente un “Whiskas”, pero se come sus pepas comunes con la misma gula, y cada pepa – esa es la reflexión- puede ser un universo antojado para mí en sus fauces. Puede que también ella lo sepa y entonces sea una asesina galáctica que tarde o temprano terminará devorándose también mis pies, y puede que (…)

“El gato contempla su rostro en el agua que fluye
Como el fluir su rostro es siempre el mismo
Como el agua su rostro es siempre otro.
El gato se inclina sobre el agua y bebe de sí mismo
Beber de sí mismo en su centro
Su centro no tiene forma
Su forma no tiene fondo…

(…) me pierda en las cavilaciones que me llevan también a pensar que cada lengüetazo que da en su vaso de agua es la consumación misma de su ser, que se puede beber a sí mismo y que en cada bocanada de agua existe el saborear la existencia. Me gustaría entonces estar en una represa, profunda, y ver mi cuerpo en el estanque y poder, con toda naturalidad, pegarme un sorbo extenso, sorber y sorber mi existencia mezcla de agua y cuerpo, para entender por qué es posible que la gata se consuma lenta y saboreadamente mis pies cansados cada noche, como si quisiera ser parte mía o recuperar una parte de sí que ya no está.

La cosa es que desde que leí estos poemas de Francisco Gómez no puedo ver a la gata con los mismos ojos, y no sé hasta qué punto pueda resultar para ella perjudicial, pues en cada esquina la veo y la persigo para auscultar sus movimientos, para llenarme de sus pupilas negras y explayadas de noche.

Me gusta comprender, después del éxtasis, que mi gata observa desde lo alto de un palo cómo el ridículo hombre que la cuida tiene entre sus ojos a otro felino que no es ella, y lo sigue, y se embelesa anonadado de mininos por doquier, que la alucina cada instante porque –como dije en una reseña anterior- el cuarto es un perfecto espectáculo del anti espacio y en consecuencia no hay más que adaptarse a tenerla todo el tiempo ronroneando en el calzado, hasta que a fuerza del desencanto pega un salto y se va, tranquilamente:

“el salto que se lleva dentro
Salta como un gato
Y en su lugar sólo queda el ojo del gato contemplándolo.”

Creí que todo este alucine era un problema personal, pero no es así. Me he dado cuenta que Francisco es un paranoico y esquizoide que teme o ama tanto a los felinos que cree verlos en todas partes. “En el cielo la nube toma un instante la forma de un gato.” Los que tenemos por mascota un minino tendemos a ser obsesivos por el detalle concentrado en los ojos del animal, que persigue cosas invisibles, que se enternece ante un pin pon sólo porque en sus adentros el poder destructor de galaxias ya ha detonado y porque finalmente, y como dice el poeta: el hombre poeta se detiene(…)

“y mira en un instante leve el huir de la mariposa
Y mira un destello feroz en los ojos del gato
Que miran la mariposa trazar los signos de la muerte en el
Aire
Y se le viene a la mente de súbito
La conocida fábula de Chuang –Tzu
Y escribe:
“Dios cara de gato
No te comas a Chuang –Tzu.

(…) ante cosas tan hermosas y sencillas, que terminan por construir mil universos con sólo darse cuenta qué tan importante ha sido la aparición de un gato, o mejor de una gata, en su vida, en sus noches y en su poesía.

Gracias Itzae, y Gracias Francisco, por mostrarme el universo que se esconde en la relación de gatos y poemas.

OMAR GONZÁLEZ.

Ficha del libro: GÓMEZ, Campillo Francisco: “Dialogo de las ventanas”. En: por los verdes, por los bellos países. Antología de poesía. Premios departamentales de poesía1998. Pág. 109.-129.

martes, 1 de diciembre de 2009

INÉDITOS

En una entrevista un tanto informal, me preguntaron hace poco si conocía escritores jóvenes de la ciudad, si había prospectos que dinamizaran el campo de la literatura local.

Con fundamento en mi conocimiento de la novela del Tolima, mi respuesta fue negativa y aseguraba que hoy en día existe un número limitado de mecanismos de promoción de nuevas voces.

Creo que parte de la respuesta que di es verdad: en el departamento, en los últimos meses los talleres de escritura se han vuelto fantasmales y, aunque veo un poco el renacer de eventos literarios –como Ibagué en flor-, en ellos parecen desfilar, con algunas excepciones, los mismos nombres que desde la década del 80 se dedican a la escritura de ficción.

Pero no todo es como me lo imaginaba: olvidaba hacia la época de la entrevista que en toda ciudad se esconden embriones de escritores, jóvenes que en la mayoría de los casos son buenos lectores y mantienen un contacto constante con la escritura.
Algunos se guardan para sí sus producciones y esperan tener un material significativo para pasárselo a amigos de quienes esperan honestidad. Otros no soportan el anonimato y se lanzan apresuradamente al escenario, cultivando en ocasiones una mala imagen.

Como quiera que sea, la mayoría parece conservar la esperanza de ser publicado algún día. Esos jóvenes no hacen casi nunca parte de los invitados a eventos y, debido a que su obra se encuentra aun en ciernes, o a guetos editoriales, muchas veces se les cierra la posibilidad de ser publicados, permaneciendo en el silencio por largo tiempo, algunos incluso toda la vida.

Tienen en común su entusiasmo por la escritura, su postura crítica frente al apoyo al arte y una amalgama de íconos literarios de los que hablan de manera efusiva.

He descubierto a algunos de ellos –en realidad ya conocía a varios, pero mi memoria traicionera me juega malas pasadas- en un reciente documental realizado por algunos estudiantes de la Licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima.

El trabajo me ha parecido meritorio en varios sentidos: por un lado, es un camino de exploración literaria un poco diferente al que se acostumbra a realizar en las aulas universitarias.

Sin menospreciar los informes de lectura que prueban la capacidad de aprehensión de los conceptos y los procedimientos de interpretación de las obras literarias, este trabajo incorpora reflexiones sobre escritores en proceso, desde el formato audiovisual, más atractivo que el escrito.

Por otro lado, el enfoque es llamativo. Aunque no tengo conocimiento de documentales sobre figuras locales consagradas (advierto que mi memoria me puede fallar otra vez), observar las nuevas generaciones de narradores, dramaturgos y poetas que en el presente se animan a escribir, es insistir en la mirada de voces alternativas, que no están canonizadas dentro de lo regional y, mucho menos, lo nacional. Hacer este ejercicio es fijarse en las márgenes, las semillas que en el futuro acaso tendrán reconocimiento por su obra.

Un tercer acierto está en la visión que se obtiene de estos escritores inéditos. Desde allí se puede percibir la expectativa de quienes hoy se aventuran en la escritura, sus concepciones sobre lo literario, sobre el mercado editorial, sobre las influencias e incluso sobre cómo se asume la crítica.

Es una visión caleidoscópica desde las nuevas generaciones que, con diferentes matices de conocimiento, aportan ideas al campo de la producción literaria.

Las grabaciones se han realizado con herramientas elementales, pero pese a ello la edición logra atraer a quienes se interesan por lo literario. Como se afirma en un principio, quienes aparecen el documental no son todos los que se podrían incluir, pero es una muestra significativa del potencial que existe en la ciudad.

El documental nos deja un gran interrogante acerca del futuro de los entrevistados –e incluso de los que no aparecen pero rondan: ¿Son apenas espejismos o escritores de un impacto posterior? Lo sabremos en unos años. Por ahora juzguen ustedes mismos el trabajo de los documentalistas y de los escritores en
http://vimeo.com/7464370

Leonardo Monroy Zuluaga